Un país entre dos continentes

Turquía debe corregir el modelo

Erdogan vive el periodo más crítico de su fértil mandato y le será difícil seguir si mantiene la arrogancia

ANWAR ZIBAOUI

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En muchos medios europeos, y en la propia España, ha sorprendido la imagen del presidente Mariano Rajoy participando en Ankara en un mitin de apoyo al primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan. Es posible que pensase que iba a la inauguración de una estación de metro, obra de la empresa Comsa, pero es muy difícil de entender que el servicio de protocolo que acordó la agenda no se diese cuenta de la naturaleza del acto. Y es que Erdogan vive el periodo más crítico de su mandato. Su capacidad para traducir la retórica en acción es limitada, y sus políticas internas provocan malestar. Ha cometido errores como restringir la libertad de expresión, oponerse a los derechos de la mujer, ignorar las graves acusaciones de corrupción, emprender polémicos proyectos en torno a internet y la justicia, acallar las protestas en la calle o la disidencia en su partido... Y están el tema kurdo y los problemas con países vecinos. Son muchos los que se oponen a sus políticas, pero él no mueve ficha y lo califica todo de conspiración, aunque acaso no sea el único culpable de esta situación.

Erdogan es una personalidad extraordinaria e inteligente, pero su estilo ha unido en su contra todas las contradicciones internas y externas. La pregunta es si su modelo se precipita hacia el fin. En los últimos 12 años Turquía ha vivido una transformación que ha demostrado que el islam y la democracia pueden coexistir. Pero aún se podrían hacer algunas cosas mejor. La experiencia del Partido de la Justicia y el Desarrollo en la formación de gobiernos ha sido exitosa, especialmente al gestionar las capacidades económicas. Nadie puede negar un milagro que ha logrado duplicar el nivel de ingresos per cápita cinco veces en diez años y reducir la tasa de analfabetismo. Turquía es ahora una de las 20 economías principales del mundo y juega un mayor papel en el escenario internacional. Pero siguen pendientes problemas como la inflación, el déficit y la moneda, la dependencia de la inversión extranjera, el tamaño de la economía sumergida y una fuerza laboral de bajo coste: el 50% de una población activa de 26 millones tiene menos de 30 años.

EL PRIMER ministro ha logrado reducir el papel del Ejército en la política, algo inimaginable en un país que fue gobernado por los militares desde 1923. En uno de los movimientos más atrevidos de la historia de la Turquía moderna, impulsó la reforma de la Constitución para adaptarla a los estándares europeos, aunque no se han modificado los artículos 2 y 58, que describen al país como «referente del nacionalismo de Ataturk» y otorgan al Estado la tarea de educar a los jóvenes de acuerdo con su pensamiento.

Pero el primer ministro ha conseguido la legalización de las letras Q, W y X, prohibidas desde 1928 para imponer la homogeneidad cultural y asimilar a las minorías. Legalizar unas letras puede parecer trivial, pero su proscripción era una forma de opresión. También se ha levantado la prohibición de la enseñanza en lengua kurda, aunque de momento solo en escuelas privadas. Y la gestión de Erdogan para el ingreso en la UE ha tenido pequeños avances, pero Europa debe cambiar de paradigma y permitir que Turquía se convierta en miembro para poder salir del pasado y demostrar en qué se ha convertido: una vibrante sociedad secularizada, un puente con Oriente.

Su gran batalla ha surgido en su propio partido, con la tendencia del islamista Fethullah Gülen, que conduce ejércitos de cientos de miles de devotos y tiene gran poder en la policía, los jueces, las finanzas, la enseñanza y los medios de comunicación. En marzo se celebran elecciones municipales, un gran duelo que pondrá de manifiesto quién de los dos es el más fuerte en el partido.

Erdogan tampoco ha llevado a cabo una política regional equilibrada. Su estrella, en ascenso con la primavera árabe, chocó en el 2013 con numerosos factores: el golpe en Egipto contra Morsi, el estancamiento del conflicto de Siria y la apertura a Occidente del nuevo presidente iraní, Hassan Rouhani.

Es fácil decir que otros quieren convertir en invierno la primavera turca. Pero a Erdogan le será aún más difícil continuar con la arrogancia y la política de la negación. La economía es tan importante como la política. Si no, los avances estarán carentes de sentido, porque la inestabilidad no será beneficiosa. En política nadie cambia si no siente la necesidad de hacerlo. Es posible que Erdogan empiece a descubrir lo difícil que es jugar el papel del sultán y tratar de acomodarlo todo para convertirse en presidente. Nadie puede ganar siempre. Pero a pesar de los periodos de oscuridad, Turquía está saliendo de las sombras y entra en una nueva era en la que le urge corregir el rumbo y moverse para limpiar el polvo de la cara del modelo.