TURISMO MASIFICADO

¿'Turismofobia' en Barcelona? ¡Vengan al caos de Roma!

La capital italiana recibe cada año a más de 40 millones de turistas, la mayoría de ellos procedentes de EEUU, Japón y España

Turistas en una de las terrazas del Coliseo romano.

Turistas en una de las terrazas del Coliseo romano. / periodico

Emilio Pérez de Rozas

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Los expertos, que los hay y muy buenos, dicen que, en estos momentos, las ciudades europeas con mayor densidad de turismo en número de pernoctaciones hoteleras por habitante son París, ÁmsterdamBarcelona, Roma y Viena. Esos mis sabios explican que la ‘turismofobia’ se genera cuando se rompe el equilibrio o capacidad de carga de un destino, dado que visitantes y población local comparten recursos limitados, el mismo espacio público, movilidad…

Si oyes a las autoridades municipales barcelonesas, incluida, cómo no, su alcaldesa Ada Colau, que, en julio del pasado año defendió en 'El Periódico de Catalunya' “habría que evitar hablar de ‘turismofobia’”, aunque ella lo disimula muy mal, llegas a la conclusión de que la ciudad, pese a que el turismo genera el 15% del PIB y proporciona miles y miles de puestos de trabajo, ha de cambiar su manera de enfocar el turismo, si no quiere acabar siendo devorada por sus visitantes. Yo no digo que no sea así, que no tengan parte de razón (sobre todo con el lío de los pisos/timo de alquiler a turistas), pero hay comparaciones que hacen dudar. Y mucho.

No hace mucho pensé en esa reflexión cuando, con motivo del Gran Premio de Austria de motociclismo, pude hacer una escapada a Salzburgo y viví la experiencia, única, de sentirme como en una colmena, sin ser, por supuesto la ‘abeja reina’. Se me cayó el alma a los pies y pensé qué diría nuestra alcaldesa y sus socios del consistorio (cada vez menos) si supiesen que, en la planta baja, dominando toda la fachada del edificio del nº 6 de la calle Getreidegasse, el hogar donde nació Wolfgang Amadeus Mozart, hay un supermercado Spar. Tal cual.

La Roma de las 400 iglesias

Estos días, en Roma, retumba en mis oídos el artículo escrito por la propia Ada Cola, en 2014, en el diario británico ‘The Guardian’, donde aseguraba “que el turismo masivo puede matar a las ciudades: solo pregúnteles a los residentes de Barcelona”. Las últimas cifras hablan, más o menos, de unos 19 millones de turistas al año en Catalunya. Dicen (y debe ser cierto, claro) que el ‘procés’ ha hecho bajar esa cifra, aunque no de forma alarmante.

Estoy en Roma y el número de visitantes a la capital italiana es de 40 millones al año. Y sí, Dario Franceschini, ministro de Cultura y Turismo, ha empezado a dosificar las visitas a la Fontana di Trevi (con escaso éxito, la verdad, pues está siempre repleta ¡no entiendo como no se cae la gente en la fuente!), como trata de hacer lo propio en el puente Rialto de Venecia y el Ponte Vecchio de Florencia.

Sé que no es fácil viajar. Ni barato. Pero los que dicen (entre ellos nuestra alcaldesa) que Barcelona recibe, alberga, atiende y mima a demasiados turistas deberían, no ya pasarse (que también) por el panal de la calle Getreidegasse, de Salzburgo (¡de verdad, algo impresionante en cuanto a masificación se trata!), sino hacer una visita a Roma y comprobar cómo millones y millones de visitantes se han adueñado de la ciudad, que tiene 400 iglesias, 48 basílicas y millones de piedras por visitar, solo en su centro, es decir, en el interior de la muralla.

En Roma, donde cada vez que hacen obras (la construcción de nuevas líneas del metro ha de ser detenida cada dos por tres por culpa de los hallazgos arquitectónicos antiguos) se descubren nuevas maravillas, todo el mundo hace cola para todo y nadie se queja, ni el visitante, ni, por supuesto, los romanos, que se aprovechan muy mucho de la ‘turismofobia’, incluidos un montón de vendedores ambulantes. Eso sí, nada de ‘top manta’, persecución personal, placaje inmisericorde sea para venderte un cucurucho de 12 castañas a cinco euros, un paraguas de cuatro euros cuando empieza a chispear o hacerte un selfie con el senegalés de turno vestido de romano junto al Coliseo.

La masificación es total, tanto a la hora de hacer cola para comprar las entradas (lo idea es adquirirlas, sí, por internet), como en el momento de entrar a visitar el museo o las ruinas, las que sean. La gente, los italianos, los romanos, el servicio público es encantador, divertido, muy latino y mediterráneo. Todo parece fácil. Todo te lo hacen agradable. Están encantandos de recibirte.

Y, por supuesto, solo aportaré un dato más, no menos importante: los barceloneses aún no hemos llegado a tener la sensación que tienen los romanos y sus visitantes de ver cualquier monumento, cualquier vía importante o cualquier edificio oficial, protegido por el Ejército y por soldados especiales con el dedo índice de su mano derecha apoyado en el gatillo de su rifle de repetición. Es el dispositivo 'Operación calles seguras'. Es por nuestra seguridad, fijo, pero da un ‘yuyu’ que no vean.