Conflicto de convivencia

El turismo barato sale muy caro

Las fuerzas políticas deben encontrar en Barcelona un terreno común sobre temas que no han consensuado

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ALFRED BOSCH

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Barcelona chirría. Los vecinos de la Barceloneta lo han puesto en evidencia. Que vengan visitantes a pasarlo bien es maravilloso; que lo pasen bien a costa de los vecinos, inaceptable. Que gente de todas partes pueda disfrutar de Barcelona es magnífico; pero creer que el turismo barato es un derecho universal constituye un error. Por eso me atrevo a sugerir, como alcaldable y como vecino de Ciutat Vella, la necesidad de un acuerdo con todos los actores implicados: vecinos, comerciantes y agentes del turismo. Y con los servidores públicos, que tenemos el deber de responder a los ciudadanos y llegar a un entendimiento entre fuerzas políticas. Estamos obligados a encontrar un terreno común, que abarque los temas que no hemos sido capaces de consensuar. Quisiera mencionar algunas ideas concretas, la mayoría de las cuales ya circulan, y que pueden ser útiles para posibles soluciones.

En primer lugar, los pisos turísticos, tal y como los conocemos hoy, pueden ser más un problema que una solución. Que los que no tienen licencia deben cerrar es una evidencia; de hecho, es un misterio que haya millones de usuarios en todo el mundo localizando aquellos apartamentos que escapan a la Administración municipal. Y una vez cerrados los ilegales, convendría ir más allá y cuestionar la concepción en sí del apartamento turístico. No todo el mundo que tiene coche es taxista, no todo el mundo que habla inglés es guía turístico, y no todo el mundo que tiene un piso es hotelero. Hay formación, preparación, inversión, dedicación... y hacer aportaciones al bien común.

El mismo gobierno de Trias admite este hecho cuando ha prometido que cerraría los apartamentos ilegales (en torno a un 80%, parece), y que en Ciutat Vella obligaría al resto a agruparse en edificios del estilo aparthotel antes de cinco años. Dicho de otro modo, el actual consistorio aspira a desterrar del corazón de la ciudad la figura el piso turístico individual. Una posición nada estrambótica, que ya se discute o se aplica en San Francisco, Nueva York, Berlín... El sentido común indica que no se puede tener un negocio con clientes en todo momento sin garantías claras. También es obvio que podemos aplicar nuevas políticas fiscales, y destinar los ingresos de la tasa turística a mejorar los propios barrios.

En segundo lugar, se deben medir las llegadas masivas de visitantes para no morir de éxito. No se trata de perder clientela, pero, por ejemplo, se pueden coordinar esfuerzos para redirigir una parte del tráfico aeroportuario hacia el resto de aeropuertos catalanes. Se puede lograr trabajando con otras ciudades y gobiernos, y negociando con líneas aéreas y autoridades aeroportuarias. Cada aeropuerto debe encontrar su modelo, y los que tengan vocación para ser un polo de atracción de chárteres y vuelos de bajo coste, que lo puedan hacer sin competencia injusta por parte de imanes poderosos como El Prat. Barcelona ha de ir a buscar un hub intercontinental porque tiene el tamaño y el atractivo para hacerlo.

En tercer lugar, hay que acabar con la noción y la práctica de la ciudad gamberra. El incivismo es un estorbo que va en aumento y que hay que detener de forma decidida. Aquí no valen distinciones entre locales y foráneos; un gamberro es un gamberro. Pero es cierto que el turismo tiene mucho que ver con el ocio, y que el incivismo se agarra más a la diversión que al trabajo. Tendremos que hacer pedagogía y explicar con paciencia que la buena convivencia beneficia a todos; y combinar la didáctica con la práctica.

No estaría de más empezar por aplicar la normativa vigente. La labor policial es fundamental, y hay dos acciones concretas que facilitarían mucho la convivencia; hacer respetar los horarios comerciales y perseguir la venta irregular de bebidas alcohólicas. Con ello podríamos atacar mejor parte de la raíz de desórdenes y borracheras nocturnas colectivas.

En conjunto, debemos aspirar a medidas lógicas y asumibles. Para que los barceloneses sintamos la necesidad de construir una ciudad mejor. Mejor para los que vivimos todo el año en ella y tenemos derechos irrenunciables: a un trabajo decente, una vivienda digna y un descanso merecido. Y en caso de conflicto, estos derechos deben pasar por delante de negocios y del ocio, que son actividades primordiales pero no derechos básicos.

Debemos relanzar la Barcelona currante que nos legaron nuestros padres, la que nos ha llevado donde estamos. Una ciudad en la que nuestros hijos, a la hora de trabajar, no estén condenados a elegir solo entre las terrazas de los bares y los pisos turísticos. Una ciudad donde se abraza la diversión pero no se asfixian el trabajo, el descanso y la creación. Una ciudad productiva y laboriosa, que no confía en la especulación ni el dinero fácil porque sabe que, tarde o temprano, sale caro.