La ofensiva del terrorismo islámico

Túnez, el 'antimodelo' del yihadismo

Los apóstoles del kalashnikov hacen el trabajo sucio al islam retardatario tolerado por Occidente

Túnez, el 'antimodelo' del yihadismo_MEDIA_1

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ALBERT GARRIDO

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Túnez es un país atípico en el orbe árabe-musulmán, y quizá sea su singularidad manifiesta la que ha hecho posible que la suya sea la única primavera que no ha descarrilado o ha acabado en tragedia. Para empezar, Túnez es depositario de una larga tradición laica que se remonta a los días de la independencia y al legado de Habib Burguiba, padre de la nación, con una idea profundamente afrancesada del orden político. Para continuar, Túnez tiene un Ejército de dimensiones modestas que desde que empezaron las protestas contra la dictadura de Zine el Abidine ben Alí hasta hoy se ha mantenido al margen de la tensión entre el poder y la calle, y se ha negado sistemáticamente a encarnar el papel represor asumido por los generales en otros lugares. Y, para no dejar ningún cabo suelto, en la primavera tunecina más que en ninguna otra la mujer fue y es uno de los factores esenciales en favor del cambio y la modernización del Estado, fruto seguramente de la tradición política laica.

Al mismo tiempo, Túnez sufre las consecuencias de una larga cleptocracia que corrompió las instituciones, empobreció al país y defraudó las expectativas de las generaciones que crecieron y se formaron al socaire del desarrollo del turismo. Sucedió, además, que como consecuencia de la dilapidación de recursos típica en cualquier Estado-negocio, y el de Ben Alí lo fue en grado sumo, el progreso no llegó al Túnez más tradicional, con tasas de analfabetismo -alrededor del 25%- y atraso económico nada desdeñables, apegado a una ideología espontánea derivada de la enseñanza más conservadora y rutinaria del islam. De tal forma que, al configurarse una sociedad muy dual, inclinada a un tiempo a alzarse contra el dictador y a aceptar con resignación los designios y atropellos del poder, también es capaz de aprobar una Constitución insólita por liberal en el mundo árabe y, a la vez, de exportar 3.000 yihadistas a Siria e Irak, el doble que Marruecos, cuya población triplica la tunecina.

Un modelo a combatir

Como resultados de estas singularidades, los predicadores de la 'yihad' y de la 'sharia' entienden que Túnez es un modelo a combatir, porque es y será una amenaza para su proyecto político en la medida en que se consolide una transición laica, en la que la religión debe quedar razonablemente recluida en el ámbito de lo privado. Pero es, también, un vivero a cuidar para extender la prédica fundamentalista y el integrismo político en todas direcciones; un vivero surgido de la decepción, de un horizonte sin futuro y de la esperanza depositada en mirar hacia el pasado, cuando poder político y autoridad religiosa eran una sola cosa.

No hay en este programa ninguna singularidad tunecina, sino más bien la injerencia del islamismo radical en el relato histórico de Túnez. Como ha dicho Kamel Jendubi, ministro de las Reformas Constitucionales, el pequeño país es el antimodelo del proyecto yihadista, la piedra en el zapato que impugna o desautoriza la suposición de que una sociedad mayoritariamente musulmana es incompatible con un orden político democrático donde la vida civil y la mezquita llevan existencias separadas. Y si esa impugnación logrará el éxito a medio plazo, sería una amenaza para cuantos piensan en las filas del terror que el triunfo es posible en Libia, un Estado fallido, y quizá en Argelia, a poco que se desborde la fractura social.

Cuando los Hermanos Musulmanes ganaron en Egipto las legislativas y presidenciales que los llevaron al poder, se dijo que su adaptación a la lógica democrática podía ser una contribución decisiva en la institucionalización de las primaveras árabes. Lo que sucedió en realidad fue que la desastrosa gestión de la Hermandad permitió a los militares llenar la plaza de Tahrir y justificar un golpe de Estado -3 de julio del 2013- que debía, se dijo, acabar con el sectarismo.

La renovación del mundo árabe

Con lo único que acabó de forma estrepitosa fue con la primavera egipcia mediante el regreso del generalato al puente de mando y, de paso, desactivó la capacidad de Egipto de influir en la renovación del mundo árabe. Fue innecesario el concurso de terceros para que el experimento saltara por los aires; es preciso, en cambio, en Túnez, entienden los ideólogos de la 'yihad', no fuera a darse el caso de que a partir de un pequeño país de 11 millones de habitantes surgieran aquí y allá movimientos emancipadores de perfil laico.

Media un paso de eso a intuir que los apóstoles del kalashnikov hacen el trabajo sucio al islam oficial más retardatario -las petromonarquías, sin ir más lejos-, tolerado por Occidente como mal necesario. Porque al perseguir el fracaso de cuantos quieren rescatar al mundo árabe del despotismo de regímenes arbitrarios, resguardan a estos del desafío de la modernidad, que en Túnez halló cobijo.