La rueda

En el tren

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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Para los usuarios de AVE que escribimos en los medios, es irresistible la tentación de opinar. Ese tren es un gran laboratorio para observar al microscopio la conducta humana, sean clientes o empleados. En mi opinión, la mejor nota va para revisores, auxiliares y maquinistas, da gusto con ellos. Renfe merece largo artículo aparte. Y los pasajeros nunca dejan de asombrarme. Quienes hacen de su asiento y su mesita abatible una extensión de su oficina, pierden por completo la noción de que viajan con otros. Se creen solos y hablan y narran y relatan a voz en grito por sus móviles sin recato alguno. Para los que escribimos ficción, supone una fuente riquísima de documentación.

He aprendido mucho en los vagones: sobre la distribución de agujas hipodérmicas para hospitales con todas sus variantes y patentes, ventajas e inconvenientes; sobre el sector inmobiliario en Ibiza, tarifas de alquiler, fianzas, entrega de llaves y sábanas limpias; sobre gestión de peluquerías de tamaño mediano en Aragón; sobre nuevas titulaciones de ciencias en la universidad y su problemática; sobre programación del sistema operativo de naves refrigeradoras... Es tan infinito ese caudal de conocimiento que me pregunto ¿no les preocupará que les escuche la competencia?

El otro día sin embargo la sorpresa fue distinta. Tecleaba yo un artículo, cuando mi vecina de viaje me toca el hombro y dice "Perdona, no he podido evitar que se me fueran los ojos, pero bondad y amabilidad no son la misma cosa." Me quedé perpleja y, como no soporto una crítica, inmediatamente borré el párrafo en cuestión. Me desconcertó que se saltara la regla del AVE según la cual fingimos que estamos solos en el mundo y, tras mucho meditar y ya casi en destino, toqué yo el hombro de ella. Iniciamos la charla. Es socióloga. Es simpática. Se llama Salomé. Es de Bilbao. También hace música. Es todo lo que sé de ella, pero gracias, Salomé. Me gustó mucho que me corrigieras.

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