Los jueves, economía

La trampa de la complacencia

No es propio de una sociedad decente que el problema social más grave sea el de la pobreza infantil

ANTÓN COSTAS

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Ahora que las señales de inicio de la recuperación de la actividad económica y del empleo parecen consolidarse, ¿se reducirá la pobreza que se ha generado a lo largo de seis años, durante los cuales una crisis de plomo y cólera ha dejado a muchos en la cuneta del paro y la falta de ingresos para vivir?

No. La recuperación por sí sola no reducirá la pobreza. Al contrario, nos podemos encontrar con la paradoja de que, aun cuando la recuperación continúe en el 2015 y el 2016, la pobreza aumente y, especialmente, que se haga más visible.

¿Cómo es posible? Por tres razones.

La primera tiene que ver con la extraordinaria duración de esta crisis. A diferencia de los ricos, que hacen ostentación de su riqueza, los pobres ocultan su pobreza mientras pueden. Porque el problema no es la pobreza en sí misma, sino que sea visible a los ojos de los demás. Cuando se traspasa ese umbral se entra en el riesgo de la pérdida de autoestima y dignidad.

Por eso, mientras pueden, las personas en paro y sin ingresos van tirando con lo que tienen ahorrado, a la espera de que la crisis se acabe. Aunque haya necesidades, se ocultan de puertas adentro. Pero si la crisis se alarga, como ha ocurrido, la despensa se acaba y la pobreza se hace visible. Eso es lo que reflejan los datos del balance de Cáritas del año 2014. La pobreza se hace más extensa, intensa y profunda. Y se cronifica. La mayor parte de los que recibieron ayuda para vivir en el 2014 la habían recibido ya en años anteriores. Además, Cáritas advierte de que en los próximos años es previsible una nueva ola de desahucios que serán más difíciles de gestionar, porque no afectarán solo a los inquilinos que no puedan pagar el alquiler a los propietarios sino que los mismos dueños de las viviendas necesitarán esos ingresos para vivir.

La segunda razón está relacionada con el tipo de familias que se han visto más afectadas por el paro, la pérdida de ingresos y el endeudamiento hipotecario. Se trata de familias jóvenes con hijos en las que ningún miembro de la pareja tiene trabajo. Y, especialmente, de hogares con madres solas con hijos.

Los niños se han convertido en el colectivo más vulnerable. A diferencia de lo que ocurrió en la crisis de inicios del siglo XX, en la que la pobreza era de los mayores, la crisis de este inicio de siglo XXI ha traído una pobreza de niños y jóvenes. No es solo una pobreza de ingresos, es también una pobreza psicológica y una pobreza de oportunidades de futuro.

La tercera razón por la que la recuperación no reducirá por sí sola la pobreza es que se trata de una recuperación tímida y frágil por falta de capacidad de consumo de una gran parte de la población. Si las cosas no cambian, estamos abocados a ver periodos cortos de mejora económica seguidos de nuevas recaídas. En este sentido, la pobreza no es solo un problema moral y político, es también un problema económico de primera magnitud. La pobreza no permite a la economía ser eficiente.

¿Qué hacer si no se puede confiar en que la recuperación por sí sola reduzca la pobreza?

Lo primero es tener en cuenta la sentencia de George Orwell de que hay que hacer un esfuerzo constante para ver lo que está delante de nuestros ojos. Dado que, como he dicho, la pobreza tiende a ocultarse, y que, además, los responsables públicos tienen la humana tentación de cerrar los ojos a una realidad que cuestiona su función, es necesario hacer un esfuerzo continuado para ver la pobreza. Y para ello hay que medirla, tal como hace Cáritas. Dice un refrán inglés que lo que no se mide empeora y lo que se mide puede mejorar. Y puede mejorar en la medida en que lo que se mide y se ve crea una presión política para actuar.

Lo segundo es que los responsables públicos eviten caer en la trampa de la complacencia. Es decir, en la idea de que una vez que la recuperación ha comenzado la pobreza irá disminuyendo. Al contrario, deben aprovechar la relativa mejora económica para poner en marcha planes de contingencia para salir al rescate de las familias amenazadas por la falta de empleo, de ingresos y de nuevos desahucios. Y especialmente, planes para salir al rescate de los niños en situación de riesgo de malnutrición y de pobreza crónica.

No es aceptable que en el siglo XXI el problema social más grave sea el problema de la pobreza de niños y jóvenes. No es propio de una sociedad decente. No podemos ser complacientes con esta situación.