Pequeño observatorio

La tortura de llevar camisa

JOSEP MARIA Espinàs

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He estado en París y en Estrasburgo, he andado por las calles más populares, más repletas de gente, en un junio lleno de turistas, que supongo que pasaban tanto calor como yo.

Pero no había ningún hombre que no llevara camisa, y en los restaurantes –al menos en el interior– no entraban clientes con pantalones cortos. Ya sé que es posible que algún lector haya estado allí también, y haya descubierto algún turista con una indumentaria mínima. No me gusta dictar sentencias. Pero el resultado de una observación larga y atenta me permite decir que los lugares turísticos de París no se parecen demasiado a los de Barcelona en cuanto a la indumentaria.

París, claro, no tiene playas cerca, como las tiene Barcelona. Pero dudo mucho de que si tuviera el mar cerca, la ciudad de París no dispusiera de alguna norma –y obligara a su cumplimiento– para dar a entender al forastero que una ciudad no es un cámping, que los restaurantes urbanos no son unos servicios de playa y que todo el mundo, menos ellos, o sea la mayoría de los ciudadanos, no se pasea por las calles o por los grandes almacenes en shorts. Ni ellas en sostén.

En la playa existe una libertad absoluta para ir medio desnudo, y no puede hacerse ninguna objeción a los que son felices luciendo espectaculares barrigas o las piernas estéticamente menos favorecidas por la madre naturaleza, que en algunos casos me atrevo a decir que es una madre muy poco compasiva.

El problema de Barcelona es, quizá, que la publicidad turística de la ciudad forma un todo con la publicidad de las playas. Y los turistas que han acudido para tomar el sol y bañarse, instalados en Sitges o en Lloret, o en cualquier lugar de la costa, van a Barcelona de excursión para ver la Sagrada Família o el Barri Gòtic y se pasean por La Rambla o por el paseo de Gràcia. Al fin y al cabo, en la ciudad también luce el sol.

¿Es posible que el recuerdo de la ya lejana dictadura todavía nos haga difícil el ejercicio legítimo de la autoridad?

Dicen que el Ayuntamiento de Barcelona ha empezado a poner multas a los que van sin camisa, aunque no pueda basarse en ninguna norma específica. Debe acudir a un artículo de la ordenanza sobre usos del espacio público, según la cual es sancionable quien ofenda la dignidad de otra persona. Lo de ofender la dignidad de otro me parece muy impreciso y discutible. Pero dictar una norma concreta sobre seminudismo urbano no debe dar miedo.