Análisis

Torra, un paso atrás

Si el neoliberalismo de Mas y Puigdemont fue un lastre, poner de 'president' a un claro exponente del nacionalismo conservador es un retroceso

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Esther Vivas

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Si una de las consignas más repetidas por el independentismo en los últimos tiempos ha sido "la necesidad de ensanchar la base", la toma de posesión de Quim Torra como nuevo president, más que ampliarla, la reduce.

Mucho se ha hablado de unos pocos tuits suyos borrados hace tiempo en la red, pero si miramos más allá y repasamos su obra, vemos una visión romántica y esencialista de la nación catalana incapaz de debatir con quien es diferente. Una mirada cerrada de lo que es Catalunya, opuesta a la forjada, por ejemplo, durante la lucha antifranquista. Un político mistificador de la historia de Catalunya, que reivindica el Born como la zona 0 del independentismo o admira la trayectoria de los los hermanos Badia, dirigentes fascistizantes de Estat Català.

Hoy el dilema real
radica en superar el divorcio entre la lucha nacional y la social que ha marcado estos años

Uno de los logros del 1 de octubre fue la capacidad de movilizar, no solo los independentistas de siempre, sino a sectores sociales que sin serlo fueron a votar en clave democrática y contra el régimen del 78. Obedecer el mandato del 1 de octubre, como tanto se ha repetido, si no quiere limitarse a ser un mero eslogan, debería implicar una clara voluntad para dialogar con estos sectores, y mirar más allá de la bandera. El perfil de Quim Torra significa lo contrario. Si el neoliberalismo de Artur Mas y Carles Puigdemont fue un lastre, poner delante de la Generalitat a un claro exponente del nacionalismo más conservador es un paso atrás.

El legitimismo de Puigdemont, que tenía todo el derecho a ser investido 'president', al final ha servido solo para mantener el nacionalismo y la derecha de siempre al frente de Palau. La pos-Convergència continuará dirigiendo la política catalana. Esquerra y la CUP, con los votos favorables y la abstención, han sido coautores, atrapados los primeros en la subalternidad política a Puigdemont y los segundos en un sincero y combativo voluntarismo pero que no acaba de abordar los límites del independentismo evidenciados en la proclamación de una república fallida. Incapaces los unos y los otros de ponerse de acuerdo, a pesar de sumar más diputados que Junts per Catalunya. Hoy el dilema real radica, más que en dar nueva vida al 'procés', en superar el divorcio entre la lucha nacional y la social que ha marcado estos años, y cambiar el paradigma.

El Govern independentista que en breve comenzará a caminar lo hará abrazando un relato republicano, pero sin moverse ni un milímetro del autonomismo. No hay mucho margen para salir del marco constitucional, pero tampoco hay voluntad política para hacerlo, a pesar de la retórica. Torra tiene la difícil tarea de mantener la ilusión de que se avanza hacia la república, sin infringir la ley. Una contradicción en sí misma, ¿pues cómo pretende hacerse un proceso constituyente, que implica la creación de una legalidad alternativa, sin desobedecer?

Veremos también dónde queda la figura de Puigdemont, una vez el nuevo Govern empiece a hacer política cotidiana. Torra le debe obediencia, pero ya sabemos, y Puigdemont lo conoce por experiencia propia, qué pasa con los sucesores al trono. A veces, el olvido político llega antes de lo esperado.