Los tiempos del 'procés'
Pelotas fuera
Los Puigdemontistas mantienen un pie en cada lado, de modo que desacreditan como impacientes su actuación de pragmáticos, de ahí la doble gesticulación
Xavier Bru de Sala
Escritor y periodista.
Xavier Bru de Sala
Unos quieren ganar tiempo y otros pretenden acabar el partido de una vez. Sánchez quiere ganar tiempo. Junqueras quiere ganar tiempo. El dúo Casado-Rivera y la amalgama de cupaires e impacientes tienen prisa. ¿Y el otro dúo, el formado por Puigdemont y Quim Torra, qué quieren, ganar tiempo o acabar? Lo vemos enseguida.
No es del todo irrelevante que quieran detener el reloj los que gobiernan y en cambio los que no disponen de poder prefieran acelerar, pero mandar o no mandar no es el factor decisivo. Tampoco es muy importante que estén o no convencidos de que pueden ganar si precipitan los acontecimientos. El principal deseo de los impacientes consiste en desacreditar a los que quieren alargar la media parte. Según el PP y Cs, Sánchez se arrodilla ante los independentistas. Para los cupaires y la Crida, ERC solo pretende que el independentismo, reconvertido en neoautonomismo, se arrodille ante el estado.
En estas circunstancias hay que ser muy ingenuo para confiar en el diálogo. El diálogo es una excusa, no una finalidad, de los que detienen el cronómetro. También es ingenuidad creer que el final, en forma de derrota de uno de los dos bandos o de pacto, puede ser inminente. Si el centralismo hubiera previsto ganar no habría tenido miedo de su 155. Si el soberanismo hubiera visto posibilidades reales de victoria habría rodeado de murallas humanas los edificios del poder del Estado en Catalunya en vez proclamar una república simbólica. En lo esencial, las circunstancias que llevaron a los dos bandos a poner el freno no han variado.
¿Dónde estamos entonces? Donde estábamos pronto hará un año, con la variante de la lucha por el poder en el interior de cada bando. El objetivo de los impacientes es desacreditar a los pragmáticos y el de los pragmáticos aguantar. El factor que complica la ecuación se encuentra en Catalunya, donde los Puigdemontistas mantienen un pie en cada lado, de modo que desacreditan como impacientes su actuación de pragmáticos. Se han metido en un callejón sin salida y no pueden retroceder sin ponerse en evidencia ni avanzar sin poner en riesgo la mayoría independentista y su propia hegemonía. De ahí la doble gesticulación. Ganar tiempo simulando que quieren terminar. Un día Torra pone un ultimátum temible y al día siguiente envía una carta de cordero a Sánchez. No falta mucho para sustituir la sardana por la tarantela.
Es dudoso que Puigdemont tenga la llave de las elecciones generales. Si quisiera precipitarlas, quizá solo le seguirían cuatro de sus diputados en Madrid, y justamente a Sánchez le sobran cuatro para sostener la mayoría absoluta. A pesar de este cálculo, Sánchez no está seguro de resistir la presión a sus ministros ni de poder burlar el veto del Senado a los presupuestos. En este caso, deberá convocar elecciones, pero en vez de admitirlo le saldría más a cuenta culpar a los independentistas intransigentes. Medalla para él, que no se doblega. Y medalla para Quim Torra, que habría cumplido su amenaza. Pocas veces una pelota chutada fuera ha estado tan cerca de parecer que acaba en gol.
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