Al contrataque

Toros alados

ÁNGELES GONZÁLEZ-SINDE

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«Estas ruinas que están detrás de mí son ídolos que en el pasado la gente veneraba en lugar de a Alá. Los llamados asirios y otros admiraban a los dioses de la guerra, la agricultura y la lluvia, a los que ofrecían sacrificios. El profeta Mohamed derribó ídolos con sus propias manos cuando fue a La Meca. Nuestro profeta nos ordena que derribemos los ídolos y los destruyamos. Los compañeros del profeta ya lo hicieron después de su tiempo cuando conquistaron otros países».

Así habla el hombre del vídeo del Estado Islámico justificando la destrucción de las esculturas de toros alados con cabeza humana de Nim-rud y la colección del Museo Arqueológico de Mosul. No es fácil ver las imágenes. Aunque no haya violencia contra personas resulta insoportable, porque si una guerra entre vivos, que siembra muerte y pobreza, ya es cruel, destruir la memoria de una civilización extinta es volver a matar a los muertos, inermes e indefensos. Tener inquina a quienes vivieron casi 3.000 años, a los artesanos que tallaron la piedra, a los esclavos que la transportaron, a los maestros de obras, a los que cuidaron de los animales de carga, a quienes armaron los andamios para llegar a lo alto, odiar hasta tal punto que se deseen borrar sus huellas, denota una perversidad siniestra. Una maldad que no nos es desconocida a quienes hemos vivido regímenes totalitarios. Sabemos que destruir el pasado es mucho más que querer matar el presente, es ir contra las posibilidades del futuro y significa, sobre todo, que se está dispuesto a todo, incluso a cambiar o negar la historia con tal de imponerse.

Estallar por vergüenza

Los actuales asirios son una minoría en Irak, una minoría que ya sufrió un genocidio en los años 20 y que ahora compone el 40% de los desplazados de Irak, aunque solo constituya el 5% de la población. El Estado Islámico tiene tomada desde el 2014 la región en la que residen los asirios, cuya capital es Mosul, la tercera ciudad del país, una zona rica en muchas cosas, también en historia.

Aunque sucediera en el año 850 antes de Cristo, alguna mano talló las plumas de las alas de los toros, algún rostro sirvió de modelo para el cincel del artesano. En el 2007, la directora iraní Hana Makhmalbaf rodó una película que llamó Buda explotó por vergüenza. Contaba la historia de una niña que vive en Afganistán junto a las dos inmensas estatuas de Buda que los talibanes volaron en el 2001. Esta niña quiere ir a la escuela y aprender a leer, pero lo tiene todo en contra, no solo la miseria sino los prejuicios de los otros niños, que castigan su ambición repitiendo la conducta de los adultos: destruyen su cuaderno, juegan a lapidarla, bañan en barro al vecinito que quiere ayudarla. Creo que a los hermosos toros alados de los asirios les ha pasado lo mismo, han estallado por vergüenza.