Al contrataque

'La tonta era él'

No me creo que cuando esta banda jugaba al póquer fuese Marta la que repartiera las cartas. Me parece una simple estrategia para salvar ante la historia al supuesto gran prócer

La esposa de Jordi Pujol, Marta Ferrusola, en Barcelona el pasado 25 de agosto.

La esposa de Jordi Pujol, Marta Ferrusola, en Barcelona el pasado 25 de agosto. / periodico

ANTONIO FRANCO

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Me dijeron que existía la película 'La tonta era él'. Incluso me la contaron. Era una españolada de los años 60: Gracita Morales hacía de mujer apocada manipulada continuamente por su esposo, Paco Martínez Soria. Pero en el final feliz los espectadores descubrían que eso era solo una fachada. En realidad, ella siempre había llevado -a su manera y con eficacia- las riendas de la pareja y había ido resolviendo los problemas de su torpe marido. Pero la película no llegó a rodarse, en realidad no existió.

Aun así pensé en 'La tonta era él' cuando la infanta Cristina tiró por la ventana su  imagen de chica lista explicándole al juez que no estaba al tanto de lo que sucedía en su casa y ni siquiera sabía cómo se conseguía el dinero que ella gastaba. ¿Por qué lo pensé? Porque resultó que al final el condenado a cárcel por usar delictivamente el nombre Borbón se apellidaba Urdangarín. Recuperé aquel título de película cuando vi que ella quedaba absuelta y que el tonto que pagaba por los dos era Iñaki.

Volví al mismo título cuando Esperanza Aguirre sollozaba que no se había enterado de nada de lo que hacían los de su entorno. Balance final: disfrutó mucho tiempo de poder y carga los delitos de su etapa Ignacio González, su hombre de confianza. Lo que decía Esperanza me parecía increíble pero le valía para que solo pagase el otro. De tonta, nada.

APODOS RELIGIOSOS

Con los Pujol me vuelve a la cabeza el dichoso título. Marta, alias 'la madre superiora', recordaba a Gracita Morales cuando explicó en el Parlament que en su casa eran tan pobres que debían taparse las vergüenzas con una mano por delante y otra por detrás. Pero tenía ínfulas: al buscar un apodo religioso no escogió 'la monja', y para su hijo no optó por 'el monaguillo' sino por 'el cura de la parroquia'. Lo que los delincuentes llaman «el parné» ella lo denominaba «los misales». Aún hay clases. Para los de su capillita posiblemente el mejor momento de la misa no era la comunión sino cuando pasan la bandeja.

Pero no me quiero dejar engañar por estrategias de la defensa. Lo que va apareciendo de los Pujol es más bien que ella cortaba el bacalao mientras su marido, por amor (como en el caso de la infanta) dejaba hacer.  Eso me choca, porque por amor en las familias bien nacidas pasa lo contrario: los maridos se autoinculpan de toda la responsabilidad para evitar que la esposa vaya a la cárcel, mientras aquí lo que se filtra cada vez la compromete más a ella. 

SALVAR AL PRÓCER

No me creo que cuando esta banda jugaba al póquer fuese Marta la que repartiera las cartas. Me parece una simple estrategia para salvar ante la historia al supuesto gran prócer. Quienes tratamos personalmente a Jordi Pujol sabemos que en su escenario, aunque fuese de simple comedia o de españolada cutre, mandaba él con mano de hierro. Tal vez había una tonta, pero no era él.