Un modelo a debate

Todos somos turistas

Es muy cómodo echarles la culpa de nuestras desgracias a los guiris, pero el enemigo está en casa

TURISTAS EN BARCELONA

TURISTAS EN BARCELONA / periodico

RAMÓN DE ESPAÑA

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 El turismo es una de las principales fuentes de ingresos de nuestra querida ciudad, pero se extiende el asco al intruso y empieza a hablarse de turismofobia. De hecho, estamos empezando a pasar de las palabras a los hechos, como demuestran las actividades reivindicativas, también definibles como gamberradas, de las chicas de Arran, que últimamente se dedican a pinchar ruedas de bicicletas y a asaltar autobuses de esos que pasean por Barcelona a la alegre muchachada foránea. El turista se está convirtiendo en el perfecto chivo expiatorio de todo lo que funciona mal en la ciudad de los prodigios, que sin el dinero de esa chusma infecta que se mea por las esquinas funcionaría mucho peor. Morder la mano del que te da de comer nunca ha sido una maniobra muy inteligente, y la verdad es que deberíamos estar agradecidos de que tanta gente nos visitara pese a que Barcelona es una ciudad cara cuyos habitantes no nos distinguimos precisamente por nuestra simpatía ni nuestro cosmopolitismo. Ahora, si de lo que se trata es de afrontar el problema de una sobredosis de foráneos, algunos de los cuales se emborrachan en exceso, o se quedan fritos en la acera o se pasean en pelotas por donde no deben, el ayuntamiento puede contar conmigo, de manera gratuita, para contribuir a poner un poco de orden en la situación.

 Lo primero es identificar los auténticos problemas, que no tienen nada que ver con que venga a visitarnos más o menos gente. Yo diría que los principales problemas son dos: el orden público y la gentrificación. El primero es competencia exclusiva del ayuntamiento; el segundo requeriría la colaboración de los locales y, precisamente por eso, resulta mucho más difícil su implementación, pues la condición humana es la que es, y si el feliz propietario de un apartamento decide lucrarse a través de AirBnb en vez de alquilárselo a una buena familia catalana por un precio razonable, no veo la manera de hacerle desistir de su actitud, comprensible, pero que contribuye a que los barceloneses, cuando buscan piso, no sepan dónde meterse.

Mano dura

Lo del orden público, por el contrario, es algo que está al alcance de cualquier ayuntamiento que, a diferencia del nuestro, haga cumplir la ordenanza de civismo. Parece haber corrido la voz por el extranjero de que esto es 'Can pixa i rellisca' y que, por consiguiente, aquí puede uno hacer el animal de una manera que jamás se le ocurriría en su país de origen. Una cosa es que alguien lo crea, y otra, que nuestro ayuntamiento, con una tolerancia rayana en la desidia más radical, le dé la razón. Todo lo que irrita a los bienpensantes -el 'top manta', los borrachos sobando en plena calle, los bañistas despelotados siendo expulsados de los badulaques de la Barceloneta, los berridos nocturnos, los vecinos infernales que no dejan dormir…- es fácilmente solucionable por vía policial.

La represión no debería ser una exclusiva de la derecha, pero a nuestra izquierda le da cosa aplicarla y siempre habla de un diálogo que, en la mayoría de los casos, es imposible de practicar. Ante el gamberrismo y las conductas desordenadas, el garrotazo y tente tieso es, desde siempre, la mejor solución: una buena política de multas o, incluso, de pequeñas penas de cárcel podría dar buenos resultados. Pero para eso hace falta un alcalde que no tenga miedo a que le llamen facha, algo a lo que estamos todos muy acostumbrados en cuanto alguien nos lleva la contraria.

Moral y AirBnb

 Lo realmente difícil, en una sociedad regida por la ley de la oferta y la demanda, es conseguir que los dueños de apartamentos contribuyan a que los barrios sigan siendo como pueblecitos de otra época, con su colmado de la señora Pepeta y su quiosco del señor Manel (cerrados ambos desde hace lustros, por cierto). Quien se puede lucrar con el turismo, lo hace, ya sean los hoteleros o los propietarios de apartamentos. Y a estos no hay quien les convenza de que su obligación moral es alquilar su joyita a un matrimonio con dos niños en vez de multiamortizarlo en AirnBnb.

Con la pasta que sacan, también ellos pueden convertirse en turistas, viajar a otros países y convertirse en la peste de sus habitantes. En esta época, todos somos turistas y la figura del viajero es una antigualla entrañable, como el colmado de la señora Pepeta (actualmente, un badulaque en el que abrevan los 'hooligans'). Es muy cómodo echarles la culpa de nuestras desgracias a los guiris, pero el enemigo está en casa y nosotros somos los principales responsables de tener la ciudad como la tenemos.