Tras los atentados de París

Todo empezó en la cubierta del 'Quincy'

El monstruo del yihadismo fue alumbrado hace décadas en una Arabia Saudí consentida por Occidente

Ciudadanos libaneses y miembros del Ejército se congregaron cerca del lugar del atentado del Daesh en Beiru el 12 de noviembre.

Ciudadanos libaneses y miembros del Ejército se congregaron cerca del lugar del atentado del Daesh en Beiru el 12 de noviembre.

ANDREU CLARET

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Después del atentado perpetrado por el Daesh en Beirut el 12 de noviembre, habló el líder de Hizbulá. Siempre hay que escuchar a Nasrallah. Nunca defrauda. Era dos días después de la muerte de 44 chiís libaneses y horas antes de la masacre de París. Estuvo implacable, y esto era previsible teniendo en cuenta que Hizbulá ha perdido unos 900 soldados en Siria, el doble de los que fallecieron en la guerra contra Israel del 2006. Pero además de implacable, su análisis del Estado Islámico fue de gran interés.

«Parece un venerable gentil», declaró un alto cargo de Tel-Aviv, utilizando la expresión más amable con la que un judío se refiere a alguien de otra religión. Teniendo en cuenta que Nasrallah ha sido la bestia negra de Israel, no está mal. El líder de Hizbulá hablo del Daesh como un proyecto nihilista, de muerte y destrucción. Impredecible, ilógico, inhumano, dijo, refiriéndose a su cariz apocalíptico. Lo mismo que piensan los franceses, o los israelís, o la mayoría de los árabes. Lo que pensamos todos.

Escuchando a Nasrallah, uno se percata de los cambios que el Daesh y su brutalidad provocan en las relaciones con el mundo musulmán. Estados Unidos, que siempre necesita pintar su mundo exterior en blanco y negro, consideró durante décadas que el peligro venía de Irán. Hasta el punto de que cuando Bush se inventó el bodrio del eje del mal,eje del mal en el 2002, lo incluyó en él aunque no hubiera rastro persa ni chií en los atentados de las Torres Gemelas. De los 19 terroristas involucrados, 15 eran saudís. Como Bin Laden. Arabia Saudí siguió formando parte del eje del bien y dio cobertura a la guerra de Irak.

FACTORÍA WAHABISTA

Bush partió en guerra contra los terroristas sin ahondar en las causas de la radicalización. El mismo error que puede cometer Hollande. Con un enfoque que deja de lado la responsabilidad de la monarquía saudí, al no estar directamente implicada en el terror. ¿Por qué nadie se preguntó de dónde habían salido los terroristas de Al Qaeda? ¿Por qué nadie se pregunta ahora de dónde salen los 3.000 tunecinos, los 1.500 marroquís, los 2.500 saudís, los 1.500 rusos, los 1.200 franceses o los 500 belgas que han engrosado las filas del Daesh? De comunidades musulmanas pervertidas y radicalizadas por el islam saudí, el wahabismo.

Las causas de la radicalización son varias. El sectarismo entre sunís y chiís provocado por la destrucción de Irak contribuyó al desastre. Y la masacre de cientos de miles de sunís por parte del régimen sirio, también. Pagamos por una acción irresponsable en Irak y por una inacción incompresible en Siria. Pero aun así, Irak y Siria no lo explican todo. El monstruo ha sido alumbrado en una factoría wahabista, esta corriente del islam suní que tiene sus orígenes en el siglo XVIII. La obcecación sectaria de decenas de miles de jóvenes dispuestos a matar y morir solo se explica por una corrupción previa del ideario musulmán de la que Arabia Saudí es responsable. Décadas de adoctrinamiento a favor de la más retrógrada de las lecturas del Corán crearon el caldo de cultivo de lo que está ocurriendo.

OCHO CORDEROS

Todo empezó el 14 de febrero de 1945. A la vuelta de Yalta, Roosevelt se entrevistó con el rey Saud en el USS Quincy,USS Quincy atracado en el canal de Suez. Era la primera vez que Abdul Aziz salía de su país y se trajo ocho corderos para atender un encuentro que duró días. Además de los corderos, traía noticias fabulosas del subsuelo saudí. El acuerdo fue histórico. Occidente necesitaba petróleo a buen precio y lo tuvo. Riad quería luz verde para propagar su visión fanática del islam y la obtuvo. El pacto del Quincy fue tan sólido que ha sido respectado por cinco reyes saudís y doce presidentes norteamericanos. El enemigo común soviético y el peligro del nacionalismo árabe proporcionaron durante años una eficaz narrativa justificadora.

Con más de 3.000 millones de dólares al año durante los últimos 50 años, Arabia Saudí ha financiado más del 80% de las organizaciones islámicas del mundo. Cientos de madrasas, decenas de universidades y unas 1.500 mezquitas fueron construidas y gestionadas con un dinero que siempre iba acompañado de las ideas restrictivas del wahabismo y de su dimensión mas política, el salafismo. Millones de árabes fueron al Golfo en busca de trabajo y volvieron a sus países fanatizados. Todo se hizo con el conocimiento de la mayoría de los regímenes árabes y con la venia de Occidente. La aportación de 25.000 muyahidines a la guerra de Afganistán acabó de sellar el pacto. Y el susto por la crisis del petróleo del 1973 hizo el resto.

Es posible pensar que la narrativa que justificó esta deriva sectaria del islam está tocando a su fin. Sin embargo, deshacer lo ocurrido no será posible si no estamos dispuesto a pagar más por la gasolina. Todo es relativo. Habrá que escoger entre esto y financiar una guerra sin fin contra el terrorismo.