El legado de una histórica organización política

No tiren el PSUC con el agua sucia de la Transición

La clave estuvo en la política de unidad que el partido practicó con mayorías diversas y necesarias

leonard beard

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ANDREU CLARET

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El Congreso de Historia del PSUC que comienza este jueves no es un congreso de arqueología. Ni debiera estar reservado a los historiadores, por mucho que el PSUC constituya un objeto de estudio apasionante. Me parece más bien una oportunidad para reflexionar sobre algunos de los desafíos actuales de la política. Una ocasión para comprender el presente y, porqué no, para encarar el futuro en mejores condiciones. Los más jóvenes dudarán de que la historia de un partido que nació hace 80 años y murió -o resultó "congelado" (sic), según la Viquipèdia- hace 30 pueda resultar útil para semejante ejercicio. Se equivocan. Quienes aspiran a encarnar la 'nueva política' harían bien en tener en cuenta los logros y fracasos del PSUC, porque algunos de los retos de hoy ya se presentaron entonces. Y la manera en cómo los abordó, con sus éxitos y sus reveses, resulta edificante.

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En Catalunya, llegó a ser el más transversal de los partidos, por utilizar un término que entonces no existía. Suelen destacarse otras virtudes, como su moderación durante la guerra o la entrega de sus militantes durante el franquismo, pero creo que esta transversalidad es el compendio de todas las demás. Era el partido que más se parecía a Catalunya. Y el que más obsesionado estaba en preservar la cohesión de la sociedad catalana. Muchos observadores han alabado esta condición pero quizá falte subrayar la otra cara de la moneda. A saber, que el resquebrajamiento de la cohesión social y el declive del PSUC fueron de la mano. ¿Qué fue primero? Otra pregunta para historiadores. Digamos que empezó con el acceso de Jordi Pujol a la presidencia de la Generalitat, en 1980, a pesar de la victoria de las izquierdas.

En el PSUC teníamos una identidad trinitaria. Queríamos libertades individuales, sociales y nacionales. Y nunca, o casi nunca, anteponíamos las unas a las otras. El PSUC siempre fue una 'rara avis' en el movimiento comunista. Era, de hecho, un partido sin Estado, y esto dio más espacio a la sociedad civil en sus preocupaciones intelectuales y sus objetivos. Y más libertad para defender los intereses de Catalunya. Para entendernos, leíamos más a Gramsci que a Lenin, porque lo nuestro era la conquista de la sociedad. Éramos los "comunistas catalanes" pero nos sentíamos más cómodos con el apodo de 'psuqueros'. Y lo que más le gustaba a Manolo Vázquez Montalbán, que nos retrató como nadie, era decir que éramos más que un partido. Mucho más que un partido comunista.

POLÍTICA DE UNIDAD

¿Cómo alcanzó el PSUC a ser 'el partido'? La respuesta necesita, otra vez, de los historiadores. Pero me parece que la clave estuvo en la política de unidad que practicó. No era la unidad de los convencidos, que hubiese producido divisiones maniqueas en la sociedad, sino la de mayorías diversas y necesarias para avanzar preservando la cohesión.

Por su simbiosis con la sociedad civil, el PSUC anticipó, en cierto modo, algunos movimientos surgidos en los últimos años. Pero también éramos un partido. Una tremenda organización, que rebasó los 5.000 afiliados, solo en Barcelona. Con una implantación en todas las comarcas catalanas y con propuestas, unas más acertadas que otras, para todos los sectores que aspiraban a vivir mejor. Me parece que esta capacidad de confundirse con los movimientos sociales y de ser, a la vez, una realidad orgánica y política puede ser otra fuente de reflexión. Sobre todo para la nueva izquierda que ha pasado de los barrios a las instituciones casi sin organización y con más voluntad que programa. Para ello, convendría que no tirara al PSUC con el agua sucia de la Transición.

EL FINAL

También he pensado en aquellos años viendo el último aquelarre del PSOE. El PSUC vivió algo parecido y fue su final. ¿Alguna enseñanza? Muchas. Entre otras, la facilidad con la que el sectarismo se impone cuando los partidos se ponen orejeras que impiden ver la realidad. Cuando oigo hablar del peligro de implosión del PSOE, pienso en el V Congreso del PSUC (1981).

Se ha escrito mucho sobre el cóctel que incendió aquel congreso, pero me parece que lo esencial fue que no supimos descifrar la nueva realidad. Una transición que ya no pilotábamos y la victoria electoral del Felipe González que asomaba en el horizonte. Nuestra incapacidad para admitir que venían tiempos de humildes trincheras llevó al desastre. Habíamos leído mal a Gramsci y sustituimos la política por la ideología. Y por luchas cainitas por un poder menguante. No existía Twitter pero aun así los insultos recíprocos ofuscaron el debate sobre qué hacer. Algo parecido le ocurre al PSOE.