Pequeño observatorio

El tiempo no se detiene en el pasado

Muchas innovaciones actuales tienen un origen muy poco lejano

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Estos días he recuperado unos papeles fugitivos de mi biblioteca. Unos papeles que enviaba a un diario y hablaban de inventos y donde anotaba su aparición. Me he detenido en la página dedicada a la aspiradora, que es hoy una herramienta de gran difusión. Se presentó en 1889 en Londres. Era un objeto inicialmente complicado, era un artefacto metálico que expelía a presión el aire de una bolsa. Un joven ingeniero vio que la máquina, para que funcionara, no tenía que aspirarlo sino expirarlo.

Se multiplicaron los clientes del ingeniero Hubert C. Booth. Los grandes almacenes, los teatros y los hoteles adoptaron el invento y podríamos decir que el gran triunfo fue el encargo de aspiradoras por parte de la Abadía de Westminster, cuando debía celebrarse la coronación de Eduardo VII. Trabajaron en ello constantemente durante tres días. Y para evitar contagios en la primera guerra mundial, atribuidos al aire en suspensión, trabajaron 15 aspiradoras día y noche. Se extrajeron 36 camiones llenos de polvo.

18 kilos

Todas las aspiradoras posteriores son variaciones de aquel arte. La primera aspiradora auténticamente doméstica la inventó James Murray, que era un vigilante nocturno de unos grandes almacenes de Ohio. Todas las aspiradoras posteriores, incluso las más modernas, provienen de aquel artefacto que pesaba más de 18 kilos. La aspiradora, que se presentó en la Feria de Muestras de Barcelona en 1934, no se generalizó hasta más tarde. La llamaban "escoba eléctrica".

Me cuesta imaginar, francamente, que muchas innovaciones tan generalizadas y hoy habituales tenga un origen tan poco lejano. El tiempo es un gran compresor del pasado.