En sede vacante

Thomas de Quincey, alcalde de Barcelona

Josep Maria Fonalleras

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Alas 13.57 de ayer, un hombre que firma como David escribió este comentario en la web de EL PERIÓDICO: «¿Cómo? ¿Que no podré ir al ayuntamiento de mi barrio con pasamontañas? ¡Mierda, pronto van a prohibirme entrar con la pistola y todo!». Le aplaudo porque me parece que es la forma más inteligente de afrontar esta ola obtusa que nos invade, el aire absurdo que recorre Catalunya entera, dispuesta a prohibir burkas y niqabs como quien prohíbe que los habitantes de Wellington compren cruasanes rellenos de chocolate en el Eixample. ¿Alguien puede decirme cuántos neozelandeses verían recortados sus derechos de consumidores de cruasanes si se aprobara un decreto así? ¿Los mismos que mujeres con burkas y niqabs entrarán en las dependencias municipales de Barcelona? Por ello me ha hecho gracia la boutade de David. Me ha llevado a pensar en la conocida secuencia «ilógica» que patentó Thomas de Quincey, aquel humorista y fumador de opio tan divertido. Para reírse de las conductas sociales establecidas y de las escalas de valor escribió: «Empiezas matando a alguien y acabas faltando a misa los domingos».

Este es el argumento profundo del ayuntamiento. Como somos progresistas y como hoy los progresistas no sabemos si prohibir el velo integral es ser más progresista que aceptarlo, pues hagamos una cosa: identifiquemos el velo integral con un pasamontañas. Prohibir un pasamontañas no es ser progresista. Tampoco es ser reaccionario. Pero prohibirlo, como insinúa la mofa de David, es una tontería tan descomunal como redactar un bando municipal en el que se admitiera la mofa de Quincey sobre las conductas sociales como conducta social recomendada. Es tan atrevido, para entendernos, como prohibir que los de Nueva Zelanda compren cruasanes en el Eixample. Y tan absurdo. Y tan obtuso.