Política de teatro

'The show must go on'

En el teatro y la política, el suplente sabe que la plaza no es en propiedad y que debe limitarse a las directrices del montaje

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, en Berlín.

El expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, en Berlín. / EFE / HAYOUNG JEON

Josep Maria Pou

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Se dice que tienen tanto en común teatro y política, tanto en paralelo, que a la mínima se confunden. No es verdad. Ya me gustaría a mí que en este país hubiera una clara política de teatro en lugar de tanto teatro en la política. No. El motivo de confundirse, si eso llega, es porque la política usa y abusa de los recursos del  teatro –de los peores, casi siempre- con intereses menos nobles que los del arte dramático.

Veamos, si no, el suspense de la política catalana durante los últimos meses. Digno de Agatha Christie. En grave y desleal competencia, es justo denunciarlo, con dos teatros de Barcelona que ofrecen ahora mismo dos obras de la dicha autora. Porque en esos teatros el suspense puede llegar a mantenerse un máximo de dos horas, asesinato más o menos, hasta conocer el desenlace. Pero algunos de nuestros políticos, maestros en el arte del birlibirloque, han sido capaces de prolongar el suspense más allá de seis meses hasta llegar a ponerle nombre y apellidos al culpable (es un decir). O a la víctima (es otro decir). Y, claro, con esto no hay quien compita.

Además, el caso se ha resuelto echando mano de otro recurso del teatro: el 'standby', dicho también 'cover', dicho también 'suplente'. Es esa una figura muy antigua en el teatro del extranjero (aquí casi nunca hay dinero para esos lujos). Se trata del actor que es contratado para ocupar el puesto de la estrella en momentos de apuro. El 'standby' debe saberse al dedillo el papel del protagonista y ser capaz de salir a escena en el momento en que surja el problema. Casos se han dado, sobre todo en el ámbito de la ópera y el musical, donde el 'standby' ha sido empujado a escena de repente, mediada la función, sin tiempo siquiera para vestirse o maquillarse adecuadamente.

Díficil cometido el del suplente. Sabe que esa plaza no es en propiedad y que debe limitarse a las directrices del montaje. Es más, sabe que nadie compró ni una sola entrada (una entrada, un voto) para ver su actuación. Pero ahí está: 'The show must go on'.