EL ATENTADO DE PARÍS

El terrorismo, más allá de la emoción

Es imposible dar con políticas públicas que eviten al cien por cien derivas individuales radicalizadas

PERE VILANOVA

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No resulta fácil añadir algo útil a la ingente cantidad de argumentos y tomas de posición de condena acumuladas tras el brutal crimen contra la gente de 'Charlie Hebdo'. Y a la vez, todo el mundo, o casi, busca la manera de decir con palabras algo que pertenece al territorio de las emociones y de los sentimientos. Intentemos ir más allá.

Para empezar, las percepciones y las estadísticasFrancia ha conocido en los últimos 50 años muchos actos terroristas, con muchos muertos, a cargo de la extrema derecha de la OAS (franceses contrarios a la independencia de Argelia), del grupúsculo izquierdista Acción Directa, de varios grupos que se reivindicaban de la causa palestina, como los de los años 80, por no mencionar los dos atentados seguidos en la concurrida estación de metro de Saint Michel. Incluso un ataque a las líneas aéreas turcas, en julio de 1983, en Orly Sud (París), con 8 muertos y 50 heridos a cargo de una organización armenia que protestaba por el genocidio… ¡de1915! Por tanto, el crimen del miércoles, en tanto que atentado terrorista, no es nuevo y el número de víctimas no viene sino a sumarse a una ya larga lista. Otro aspecto de la estadística, subrayado por varios comentaristas, es que el 86de las víctimas en todo el mundo atribuidas a Al Qaeda (u otras franquicias) en los últimos 12 años son musulmanes. Como conviene recordar que el pobre policía rematado en el suelo se llamaba Ahmed Mrabek. Pero la estadística, con ser información objetiva, casa mal con las percepciones sociales de este tipo de temas. No solo los relativos al terrorismo: ha sido muy repetido el argumento de que el medio de transporte que más mata es el coche particular, pero poca gente lo teme y lo que da más miedo es el avión.

Otra cuestión compleja es el de la relación causa-efecto, que se basa en razones sólidas pero tiene sus contradicciones. Así, como actos terroristas de este tipo necesariamente han de tener causas (la relación causal es un tema ineludible), resulta que nuestras políticas de integración social o cívica han fracasado. Quizá, pero el punto débil aquí es que se adjudica por defecto al terrorista una acción reactiva (es decir, de reacción a una causa inicial), y nuestras políticas serían proactivas (es decir, la 'causa causante'). La verdad es que en Francia hay más de cinco millones de ciudadanos sociológicamente musulmanes. Los individuos radicalizados son algo más de mil que han ido a Siria e Irak, y se calcula que hay varios cientos más en Francia. Sobre cinco millones, 3.000 personas ¿son muchas?, ¿son pocas?, ¿indican el fracaso de nuestras políticas de integración? ¿Seguro que la secuencia causa-efecto es unidireccional?

Si esperamos dar con políticas públicas que eviten al cien por cien derivas individuales radicalizadas, estamos muy equivocados, es algo que no existe. Además, esta óptica deja de lado otra cuestión no menor, pero totalmente ausente del debate. En toda sociedad hay un porcentaje de individuos que, por su propia manera de ser, son más vulnerables a reclutamientos más o menos erráticos, y en todo caso sociopáticos: desde las sectas a la drogadicción, y desde fundamentalismos religiosos a la violencia política indiscriminada. Esto no dice lo que no dice: no atenúa ni excusa nada, pero la cuestión del perfil mental de los criminales tiene que ser integrada en el análisis.

Y esto nos lleva a una tercera cuestión: no existen sociedades de riesgo cero. Las instituciones públicas, los gobiernos, los medios, quienes crean opinión, han de explicarlo del derecho y del revés. En su día, el 11-S del 2001, escuché el siguiente argumento de boca de una persona de opinión muy influyente: "Yo pago mis impuestos, el Estado tiene la obligación de protegerme y que estas cosas no sucedan". Por tanto, digan lo que digan las estadísticas, lo que acaba pesando más en la opinión son las percepciones sociales individuales y colectivas.

Y la cuarta cuestión es: ¿cómo reaccionar? Poco que añadir a lo que estos días es un consenso abrumador: plantar cara, aguantar y defender no solo a las víctimas (estas, las anteriores y las que vendrán) sino el modelo social en el que creamos, desde la noción del contrato social, la voluntad general, incluyendo el debate y la crítica de todas nuestras imperfecciones sociales y políticas. No es fácil. Estos días defendemos como bien innegociable la libertad de expresión (ver a este respecto la excelente web de Timothy Garton Ash, freespeechdebate.com/en/), pero recordemos que no es un derecho ilimitado. ¿Dónde están sus límites? En un Estado de derecho los fija la ley y los defienden los tribunales.

Conclusión: ¿sabe usted qué es un fanático? Es alguien que, a diferencia de la mayoría de nosotros, no tiene preguntas, solo respuestas. Y las tiene todas.