La rueda

Terror doméstico

No sabemos si aniquilar a los hijos suele ser una amenaza de violencia familiar

NAJAT EL HACHMI

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Quiero creer que en cada terrorista anida un psicópata. Que no son las circunstancias, la ideología, las creencias o la desesperación lo que hace que una persona muy normal decida acabar con la vida de otra persona. Quiero pensar que no todos llevamos dentro un núcleo maléfico tan arraigado por mucho que en cada uno de nosotros haya una batalla cada día, una lucha contra nuestro lado oscuro. Solo así se puede encontrar algún tipo de sentido, si es que se le encuentra, a los actos del infanticida de Moraña, el hombre que el pasado viernes mató a sus hijas de 4 y 9 años en vez de devolverlas a la madre, de quien estaba divorciado.

Unos asesinatos que podrían ser calificados de terroristas si tenemos en cuenta que lo que había detrás no era la necesidad de acabar con la vida misma de las niñas sino la de hacer el peor daño posible a la madre. No sabemos si dentro de unas pautas típicas de maltrato, que son las circunstancias en las que se suelen dar este tipo de hechos, aniquilar a los hijos suele ser una amenaza habitual en casos de violencia dentro de la familia: os mato a todos y me mato yo, mato lo que más te importa. Casos como este siembran el terror, a pesar de no tener ningún objetivo social ni político, siembran el terror porque hacen que se tambalee uno de los pilares fundamentales de la persona, la confianza en la familia, estructura en la que nacemos y nos hacemos y donde nos han de cuidar y proteger.

También son actos de terror porque el objetivo final que tienen es herir de lleno a la pareja, la antigua pareja en este caso, y herirla en lo que le es más doloroso, en lo que más quiere, por encima, incluso, de sí misma. Un ataque indirecto que pone fin a la vida de quien no tiene nada que ver, de quien paga bien cara la circunstancia de ser descendiente de la persona equivocada.