MIRADOR
Tener tiempo y tener prisa
Las bases independentistas tienen tiempo para movilizarse y prisa por conseguir sus objetivos
Albert Sáez
Director de EL PERIÓDICO
Soy periodista. Ahora en EL PERIÓDICO. También doy clases en la Facultat de Comunicació Blanquerna de la Universitat Ramon Llull.
Albert Sáez
No disponemos de datos empíricos, pero hay suficientes indicadores para sostener que una parte sustancial de los movimientos sociales surgidos durante la última crisis están sustentados sobre los jubilados, muchos de ellos prematuros. Tanto en los “comunes” de Ada Colau en Barcelona como en la Assemblea Nacional Catalana (ANC) o en las diversas mareas que recorren España abundan los activistas que rondan entre los 60 y 70 años, en muchos casos profesionales cualificados con largos años de experiencia como cargos intermedios o directivos, que viven una jubilación activa, implicados en entidades solidarias, culturales o vecinales, politizados en su juventud y pendientes de ayudar a sus hijos cuidando a sus nietos o pagando facturas.
Hoy los jubilados y las jubiladas ya no se dedican ni a mirar obras ni a hacer ganchillo. Tienen tiempo, formación y motivación. Utilizan medianamente las nuevas tecnologías por lo que son capaces de participar en grupos de WhatsApp desde donde se movilizan a cualquier día y a cualquier hora. Son un indicador de una sociedad más madura y más activa democráticamente. También más exigente y menos conformista. Son encantadores.
Para entender la naturaleza y el comportamiento de determinadas plataformas hace falta pues entender a sus componentes. En primer lugar, hay que darse cuenta de que su movilización no es un fogonazo ni está urdido por la televisión autonómica ni por las soflamas de los Pablo Iglesias, Ada Colau o Spiriman Spirimanen las redes sociales. Son gente que han vivido los coletazos del franquismo en el seno de familias marcadas por la guerra civil, que han trabajado lo indecible para sentirse clase media y que la crisis los llevó a una gran decepción que cada uno orienta en una determinada dirección: el régimen del 78, el Estado español o los turistas de Barcelona.
La suya es una indignación madurada y reflexiva de la que no les van a liberar ni cuatro decretos ley que maquillen la situación ni el resultado de unas elecciones. Están ahí para quedarse y mientras la política no recupere la confianza de la gente y la salida de la crisis no esté mejor repartida, esta tipología se va a reproducir con nuevas incorporaciones, cada vez expulsados de la vida activa (o sea del sistema) más pronto y en peores condiciones.
Estamos, pues, ante activistas perseverantes que tienen tenacidad y no tienen miedo, ni a la represión ni al escarmiento porque o ya lo han perdido todo o consideran que la obediencia y sumisión que tuvieron en la transición fue finalmente una estafa puesta al descubierto por la crisis económica. Y, además, estamos ante un tipo de personas con un reloj vital que los lleva a tener prisa. No son jóvenes a la espera del triunfo de la revolución un día u otro y dispuestos a invertir en el futuro.
Ellos ya lo hicieron y han visto como se les esfumaba la inversión en las preferentes, el Castor, el 3% de Pujol o la segunda residencia que ahora vale la mitad de lo que pagaron. Tienen prisa e irradian prisa a sus referentes políticos, muy intensamente en el caso del independentismo catalán. Sería interesante que los que hacen propuestas políticas pensaran antes en esta gente que en los trols de Twitter.
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