La gestión pública en las democracias modernas

Tener gobierno conviene

Las sociedades actuales pagan caro los periodos de desgobierno al bloquear sus inversiones de futuro

FRANCISCO LONGO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

«Creo que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos», escribió Borges. Como él, intelectuales y pensadores de diversas corrientes ideológicas, desde anarquistas revolucionarios como Proudhon a libertarios conservadores como Nozick, han soñado en algún momento con un mundo sin gobiernos o con el mínimo de gobierno posible. En realidad, el pensamiento democrático moderno se asienta -en especial a partir de El Federalista y la Constitución de Filadelfia de 1787-sobre una desconfianza intrínseca hacia el gobierno. El sistema de equilibrios que caracteriza a la división de poderes en las democracias contemporáneas bebe en las fuentes de ese recelo frente a la posición dominante que se confiere a quienes gobiernan.

Los absolutismos de diferente signo y los horrores que trajeron consigo a lo largo del pasado siglo muestran que esas aprensiones tenían fundamento. En Europa, la construcción de nuestros Estados de bienestar nos ha familiarizado con gobiernos grandes e hiperactivos, y estos reciben un grado de aceptación social mayor que en otras latitudes. Pero incluso los europeos hemos ido aprendiendo a distanciarnos de quienes gobiernan y a ejercer sobre ellos una crítica que a veces -los últimos años en España dan testimonio- ha alcanzado grados de virulencia muy notables. Y sin embargo, el peso de los gobiernos en nuestras vidas, para bien o para mal, no ha disminuido. Se ha hecho mayor que nunca. Del buen funcionamiento del gobierno depende una parte considerable de nuestro bienestar. Y la que más necesita al gobierno es la población vulnerable, aquella cuyos recursos y autonomía son menores y que, para situar sus intereses y expectativas en la agenda colectiva, requiere de la acción reequilibradora del poder público.

PROGRAMA DE GOBIERNO

PROGRAMA DE GOBIERNOEs importante recordar que tener gobierno no es lo mismo que tener un gobierno. Hace falta, claro, que ese gobierno se dedique a gobernar. Hay a quien esta distinción no parece preocuparle mucho. En un artículo reciente, Enric Hernàndez, director de este diario, citaba unas palabras de Raül Romeva, quien, tras reconocer que su candidatura electoral no tenía un programa de gobierno, añadía que «muchas cosas no se podrán hacer porque no habrá acuerdo en el Govern». Pues bien, dado que la coalición que es el eje necesario de un futuro gobierno carece, según quien la encabeza, de programa y de consenso, y dependerá, además, de apoyos que harán los acuerdos aún más difíciles, eso parece ser lo que nos espera por un tiempo indeterminado.

En ese escenario, bastantes cosas del día a día común de quienes habitamos este rincón del mundo pueden quedar afectadas. Por ejemplo, el avance de la inacabable línea 9 del Metro, o el que cesen los desahucios de quienes carecen de medios para asegurarse una vivienda, o que podamos seguir tomando el AVE con razonable seguridad de llegar a nuestro destino. También que nuestros jóvenes puedan beneficiarse del programa europeo de garantías juveniles -que debiera alcanzar a 90.000 personas pero de momento no ha llegado más que al 10 %- o que se paguen los expedientes del Fondo Social Europeo y se resuelvan problemas surgidos en proyectos como Barcelona World, la privatización de Aigües Ter-Llobregat, o el canal Segarra-Garrigues. Y si pensamos en urgencias de medio plazo, tener un gobierno con baja capacidad de decisión hará difícil contar, por poner algunos ejemplos, con un plan enérgico contra el fracaso y el abandono escolar que superan la media española y casi duplican la europea. O con estrategias para reindustrializar el país. O con un plan para afrontar el paro de larga duración. O con iniciativas para reformar la Administración y profesionalizar la dirección pública.

Y es que ese previsto periodo de gobierno bajo mínimos enlazará con tres años en los que, entre la parálisis y las patadas hacia adelante, la acción de gobernar en Catalunya ha sido ya raquítica. La agenda soberanista ha concentrado tantas energías que ha relegado casi todo lo demás. Aunque no sea el mejor indicador, basta echar un vistazo a la actividad legislativa del Parlament para constatarlo. Lo peor es que, en nuestro tiempo, la responsabilidad de gobernar, y de hacerlo razonablemente bien, es más exigible que nunca. Las sociedades actuales pagan caro cada año y hasta cada mes de desgobierno. Lo pagan en baja competitividad de la economía, en caída de las inversiones, en costes de financiación de la deuda, en desigualdad, en descapitalización de talento, en bloqueo de la innovación. Lo pagan, principalmente, en futuro. No tener gobierno hoy es una mala jugada, sobre todo, para las generaciones de mañana.