El temor de Puigdemont

En política, la fidelidad al superior dura tanto como la superioridad del superior

Carles Puigdemont, reunido en Bruselas con los diputados de JxCat

Carles Puigdemont, reunido en Bruselas con los diputados de JxCat / YVES HERMAN

Xavier Bru de Sala

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Justo antes de perder la corona Ricardo III aulló su famoso "un caballo, mi reino por un caballo". En vez de desprenderse de su caballo, Artur Mas dio el famoso paso al lado, designó sucesor por sorpresa y se dedicó a fortificar su poder a través de la reconversión de CDC en el PDECat. Tantos esfuerzos, tanta tenacidad, solo le sirvieron para mantener unas exiguas expectativas que el propio Carles Puigdemont ha contribuido a arruinar por completo. En política, la fidelidad al superior dura tanto como la superioridad del superior. Si cae del caballo, tururú. Si no se mantiene firme, acabará cayendo del caballo. Por mucho que disimulen, las organizaciones políticas son feudales. Olla de grillos o feudalismo. Un político que no se infeuda es un trémulo verso libre.

Los diputados de Puigdemont le son fieles. Sobre todo los que no tienen vínculos con el PDECat, que no son precisamente gatos viejos de la política. La incógnita, y de ahí el temor, es saber cuánto va a durar. Quienes, incluso sin pruebas, concluyan que Mas fue fiel a Jordi Pujol, y a los Pujol, porque no tenía otro remedio, y lo fue hasta que cayeron y lo medio arrastraron en la caída, están en condiciones de predecir que, por mucho que se deshagan en propósitos de lealtad eterna al que para ellos es el único 'president' legítimo, lo abandonarán gradualmente, impulsados no tanto por las carnerianas lejanías como por la ausencia de poder. Cuanto más lo siguen y lo aplauden ahora en las incomprensibles maniobras que protagoniza para mantenerse encima de un caballo que no sea un purísimo símbolo inmaculado, antes dejarán de hacerle caso. Y Puigdemont lo sabe, lo sabe por experiencia, porque se negó a ser el títere de Mas.

Condiciones impuestas

Una vez aceptado lo esencial, que entre un enfrentamiento sin fuerzas o tratar de rehacerlas luego, una vez sometidos a las condiciones impuestas por los vencedores de la batalla de octubre, mejor escoger el menor de los males, el caballo comienza a sufrir espasmos y el caballero vértigo. Sí, en cuestiones de poder, cuanto más arriba, mayor vértigo, y quien albergue dudas es que ni ha catado poder ni comprende su naturaleza ni es capaz de explicar el comportamiento de los políticos.

Más que poder efectivo ante los suyos una vez se instalen en las consejerías, que no lo va a tener por mucho que proteste, Puigdemont se juega la autoridad, el liderazgo moral. Si no quiere caer del caballo simbólico (del otro ya cayó el día de la DUI) eso debería gestionar y consolidar en vez de perseguir quimeras. En política no existen ni los seguros de incendio ni las pólizas de fidelidad. Por eso es tan difícil. Por eso el del poder es el más apasionante de los juegos de rol.

Si se deja de historias y permite formar gobierno de una vez, Puigdemont conservará el aura, o si quieren la marca que le permitirá ser el árbitro de las candidaturas municipales independentistas del próximo año. No es poco. Puestos a forjar un partido que lidere un movimiento, lo tiene mucho mejor que Mas. Si no lo estropea ahora.