La ficción y la vida real

El teatro no engaña

En el teatro, cuando cae el telón al final del drama, suele haber -hecha la catarsis- un suspiro de alivio. En la vida real, cuando se hace la luz al final de la farsa, no hay sino engañados y engañadores y, mucho peor, vencedores y vencidos

Un momento del musical 'Hair' en el teatro Apolo, en diciembre del 2010

Un momento del musical 'Hair' en el teatro Apolo, en diciembre del 2010 / periodico

JOSEP MARIA POU

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Cuando, apagadas las luces en el patio de butacas, se ilumina el escenario y empieza la función, el público no se lleva a engaño: sabe que lo que va a ver es ficción y a ella se abandona con más o menos ganas. Cuando sale el actor a escena y afirma ser el Rey Lear, los espectadores saben que no es verdad, que ni el actor es rey, ni se llama Lear, ni tiene reino alguno que repartir entre sus hijas; que, por no tener, no tiene ni corona, si no es de hojalata, ni espada regia al cinto, si no es de cartón. Saben que todo es mentira. Y lo sabe también el actor, que es, por oficio, el mayor embustero del mundo.

Pero los dos –actor y espectador- convienen en el juego del engaño; hay un acuerdo tácito, un contrato previo: los dos jugamos a engañarnos, a creernos la mentira, para poner a prueba, una vez más, nuestra capacidad de imaginación; para vivir, en las horas que dure la ficción, una quimera; para desamarrar, en definitiva, ese caudal de emociones y sentimientos al que gustamos abandonarnos de vez en cuando. El espectador sabe que cuando caiga el telón, al final de la función, los muertos resucitarán y ocuparán su puesto en la fila, junto al resto de sus compañeros, para recibir el premio del aplauso en el saludo final. Y todos, engañados y engañadores, volverán a sus casas felices y contentos.

Pero la vida real no es el teatro. En la vida real se hace cada vez más difícil distinguir la verdad de la mentira. En la vida real no hay acuerdo previo en el engaño. En la vida real hay personas de buena fe dispuestas a comulgar con ruedas de molino y personas (con la misma o distinta buena fe, no me atrevo a negarlo) expertas en la falacia, el doble sentido, la verdad a medias y la trampa en el juego.

En el teatro, cuando cae el telón al final del drama, suele haber –hecha la catarsis- un suspiro de alivio. En la vida real, cuando se hace la luz al final de la farsa, no hay sino engañados y engañadores, capaces e incapaces, humillados y ofendidos, y, lo que es mucho peor, vencedores y vencidos.

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