El cuerno del cruasán
Un tatuaje como regalo de Reyes
Jordi Puntí
Escritor. Autor de 'Confeti' y 'Todo Messi. Ejercicios de estilo'.
JORDI PUNTÍ
La noticia daría para un capítulo de Perry Mason. Resulta que estos días, en la Florida de Estados Unidos, se celebra el juicio contra un joven acusado de matar a un adolescente. Los hechos ocurrieron en el 2006 y, durante estos años en prisión preventiva, el joven se hizo tatuar la cara y el cuerpo con dibujos racistas. Cuenta que lo hizo para que lo respetaran en la cárcel. Ahora, siguiendo un requerimiento del abogado defensor, el juez ha permitido que un maquillador le disimulara los tatuajes durante el juicio para que «no puedan influir en la opinión del jurado popular». Como en el anuncio de una clínica estética, las dos fotos que aparecían en el New York Times eran el antes y el después del acusado. En una se le veía alienado y con dos tatuajes de efecto: la esvástica de los nazis en el cuello y el dibujo de una cicatriz que le cruzaba la ceja derecha y parte de la mejilla. En la segunda foto, ya sin los tatuajes, ponía cara de buen chico.
El caso, ya se ve, está tocado por esa propensión al absurdo que tan a menudo domina la justicia norteamericana. La petición del abogado defensor será estrategia, pero lo más extravagante es la decisión del juez. ¿Por qué un tatuaje no puede influir en la opinión del jurado? A primera vista, cuando alguien se tatúa en la piel un dragón, una rosa, el escudo del Barça o un esqueleto encima de una Harley-Davidson, lo hace pensando que será para toda la vida. Es como una declaración de principios. El escritor John Irving, que narró la historia de un tatuador en Hasta que te encuentre, dice que los tatuajes forman parte de la personalidad. Cuando te grabas uno, dice, estás cambiando tu destino para siempre. La opinión del juez, en cambio, va en otra dirección: el tatuaje sería un accesorio estético, igual que un corte de pelo, un bigote daliniano o unos zapatos de tacón altísimo.
Me pregunto si los jóvenes que se tatúan símbolos chinos, cenefas barrocas o palabras góticas se plantean este dilema. Si, como los viejos lobos de mar en las películas, se ven un día a los 70 años y con el tatuaje decrépito de una sirena en el bíceps flácido. Esto me hace pensar en el actor Johnny Depp. Cuando era el novio de Wynona Rider, se hizo un tatuaje que proclamaba "Winona forever". Al poco tiempo se separaron, y de forever, nada de nada. Como quitarse todo el tatuaje era demasiado costoso, se hizo recortar las letras y ahora reza "Wino forever", que según él mismo no quiere decir nada.
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