Controvertido intelectual musulmán

Tariq Ramadan, bajo sospecha

El caso se asemeja al de Woody Allen: una figura de referencia se tambalea en lo alto de su pedestal

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ALBERT GARRIDO

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De los escritos firmados por Tariq Ramadan y de las conferencias por él pronunciadas cabe deducir que se trata de un musulmán reformista, con un elaborado discurso sobre el encaje del islam en la modernidad. A partir de su labor docente en la Universidad de Oxford puede llegarse a una conclusión parecida: se está ante un teólogo empeñado en abrir el islam a la aldea global. Del libro 'L’urgence et l’essentiel', transcripción de una larga conversación entre Ramadan y el filósofo francés Edgar Morin, no cabe sacar una impresión diferente a las anteriores.

Sin embargo, un tribunal de París mantiene en prisión al teólogo, publicista, agitador social, también moralista, a causa de dos demandas por violación que abonan la tesis, muchas veces desmentida por el acusado, de practicar un doble juego -reformista o revisionista en público; apegado a la tradición más retardataria cuando se apagan los focos-, útil para contentar a auditorios adictos a ambos lados de la divisoria entre el fundamentalismo y el islamismo democrático, adscrito a la democracia y a los derechos humanos.

Diversidad cultural

La biografía de Ramadan, nieto de Hasán al Bana, fundador en 1928 de los Hermanos Musulmanes, reúne todos los ingredientes asociados a la diversidad cultural. Suizo de nacimiento, tiene  también la nacionalidad egipcia y posee pasaporte de Suiza y del Reino Unido, estudió en la Universidad de Ginebra y en la cairota de Al Azhar, ha sido asesor del Ayuntamiento de Londres y profesor invitado por medio mundo.

Pero de su actividad política es lógico colegir que aquello que más ha pesado en su proyección pública es la herencia familiar, la figura del abuelo, del líder político egipcio que con más ahínco se opuso a una salida de perfil occidental para la corrupta y desprestigiada monarquía del rey Faruk. Aun así, y sin caer en simplificaciones, es arriesgado medir en el discurso de Ramadan cuál es el alcance real del eco de Al Bana: "La bandera del islam ha de cubrir el género humano y cada musulmán tiene la misión de educar el mundo según los principios del islam".

Ni siquiera ayuda a esclarecer cuál es en verdad la ruta seguida por Ramadan su idea muy repetida de que "el islam es una concepción de la vida basada en el equilibrio", un principio que comparte con otros muchos estudiosos del legado de Mahoma. Porque mientras Edgar Morin sostiene que "es difícil que juegue un doble juego", el aludido simultanea las declaraciones de cariz liberal con otras más apegadas a la tradición -al pasado- que al presente: "La sharia no es solo la ley (…), es el equilibrio entre la fe y la razón".

Desaparece así, o al menos lo parece, la posibilidad de secularizar la sociedad y alojar la religión en el ámbito de las opciones personales, como por lo demás él mismo ha reconocido: "El verdadero problema en las sociedades musulmanas es determinar qué relación mantiene la religión con las normas legales, cómo las influye, lo cual afecta a la relación entre la religión y la autoridad política".

Figuras de referencia

¿Es Tariq Ramadan un personaje voluntariamente equívoco o permanentemente ambiguo? ¿Hasta qué punto la presunción de inocencia salvaguarda su discurso? El caso se asemeja al de Woody Allen en un ámbito del todo diferente, pero no menos influyente en la cultura de masas: una figura de referencia se tambalea en lo alto de su pedestal a partir de una acusación que, salvo sorpresas, puede enmarcarse en el resbaladizo terreno de palabra contra palabra.

Si Ramadan encabeza una corriente de opinión en el seno del islam, Allen cumple una función semejante en el territorio sin etiquetas religiosas de las sociedades abiertas, donde la ironía llena el vacío provocado por el escepticismo para que Occidente se mire en el espejo y descubra la profundidad de sus frustraciones o de sus ilusiones. En ambos casos, los seguidores de Ramadan y de Allen están a un paso de sentirse defraudados por sus guías espirituales.

Lo que diferencia al 'affaire Ramadan' es que afecta a un rompecabezas social en el que el profesor de Oxford se ha presentado como la vía posibilista entre la radicalización y la simple aceptación del modelo occidental. Y este es un debate capital en las sociedades musulmanas -las europeas incluidas-, lastradas por la acumulación de agravios y zarandeadas por la prédica yihadista. No hay forma de saber hasta qué punto la cárcel daña para siempre el mensaje de Ramadan; sí es posible afirmar que consolida las sospechas hacia el teólogo en ambientes que desde hace tiempo, dentro y fuera del islam, lo incluyeron en sus listas de sospechosos habituales.