Los jueves, economía

Tanto va el cántaro a la fuente...

Estamos asisitiendo a los primeros temblores generados por el inevitable ajuste del exceso de liquidez

JOSEP OLIVER ALONSO

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El temido desplome bursátil ha llegado. Veremos en qué queda, pero el colapso del pasado lunes indica que las bases que han sustentado el rally bursátil, tanto en los EEUU como en otros países, no son tan sólidas como parecían. En la prensa tiene el lector multitud de interpretaciones de esa corrección: desde el hundimiento de la bolsa china a la caída de las divisas y el crecimiento en los países emergentes, y desde los temores que despierta un alza de los tipos de interés en los EEUU hasta el enfriamiento económico global. Y aunque todos estos elementos están jugando, lo cierto es que a esas explicaciones les falta lo esencial.

Porque lo más sustancial de lo sucedido, sea cual sea la responsabilidad de China, es que estamos asistiendo a los primeros temblores generados por el inevitable ajuste de los excesos de liquidez, que han inundado la economía mundial desde el 2008. Lo que está acaeciendo tiene un claro paralelismo con lo sucedido en la segunda mitad de los noventa, en la gran crisis de divisas asiáticas, o con lo que nos cayó encima en el 2008. Porque siempre que se inyectan grandes cantidades de dinero en el mercado, en especial en los EEUU, los resultados son similares: caída de tipos de interés y  reducción de primas de riesgo para las inversiones más arriesgadas, es decir, activos reales y financieros en China, préstamos a empresas y gobiernos de los países emergentes y títulos de deuda, privada y pública, en los avanzados.

Dónde antes hubo entradas masivas de capital, hoy hay salidas que asustan: en el último año han abandonado los mercados emergentes en el entorno del billón de dólares. Y las consecuencias de esas retiradas son conocidas: caídas de sus divisas, recesión, ajustes internos, menor demanda y devaluaciones adicionales para intentar recuperar crecimiento.

Eso es lo que ha pasado estos últimos días, con pérdidas generalizadas en numerosas divisas, desde el real brasileño al tenge del Kazajastan, la lira turca, la rupia indonesia, el rand sudafricano, el dong del Vietnam o el yuan chino. Estas devaluaciones no auguran nada nuevo: es la política del empobrecimiento del vecino, de tan malos recuerdos, y apuntan a una fase de menor crecimiento de la economía global. Porque las devaluaciones competitivas son, en el mejor de los casos, un juego de suma cero: lo que uno gana, lo pierden otros.

A ello añadan los efectos del menor crecimiento de la actividad sobre las primeras materias, con el precio del petróleo en valores cercanos a los 40 dólares, no vistos desde hace más de seis años, y con apuestas que caerá todavía más, hacia los 10 dólares por barril. Por no hablar del cobre y otras primeras materias. Cierto que esas caídas aumentan la capacidad de compra de consumidores y empresas de los países importadores, pero también son reducciones de gasto en los exportadores, como muestra el drástico recorte que acaba de anunciar Arabia Saudí. Otro juego de suma cero. Huidas de capital de los países emergentes, menor crecimiento de China y del resto de los países en vías de desarrollo y hundimiento de las cotizaciones de las primeras materias: ingredientes para la receta de una nueva crisis.

Mucho me temo que Janet Yellen, de la Fed americana, y su colega Mark Carney, del Bank of England, van a posponer la subida de tipos de interés, si es que ésta se acaba produciendo en el 2015. Porque las pérdidas de riqueza bursátil que se han operado en ese lunes negro son espectaculares. Y no auguran nada bueno, tampoco, para la mejora de la inversión y del gasto empresarial, ni para la consolidación de la recuperación de la confianza de los consumidores en EEUU y en Europa. A todo ello añadan el bajo crecimiento de la productividad, en especial en América y, con él, se dibuja un panorama sombrío, cada vez más convincente, como el que el antiguo secretario del Tesoro americano Larry Summers advertía hace unos meses. Parece que tiene un tanto de razón, y que nos estamos adentrando en una fase de creciente estancamiento.

Estos últimos años nos habíamos acostumbrado a un mundo irreal, con tipos de interés nulos en Occidente, y con la demanda mundial chupando rueda de los países emergentes. En el ínterin, no hemos recuperado ni tipos normales ni una inflación adecuada. Pero ahora el fuelle de los emergentes parece agotarse, lastrado por el final del largo ciclo de altos precios de las primeras materias. Sospechábamos que China no aguantaría el colapso de su mercado residencial y su crecimiento se reduciría. Intuíamos que unos tipos nulos estaban creando burbujas en diversos mercados de activos, entre ellos en los países emergentes. Y que, tarde o temprano, acabarían estallando. Parece que, finalmente, todo está llegando.