En sede vacante

Susan Vance y la mandíbula de la ballena

Josep Maria Fonalleras

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Supongo que existen imágenes porque los del Museu de Ciències querían documentar la operación y dejar constancia de un proceso tan delicado, tanto si iba bien como si acababa mal. En cualquier caso, si acababa mal, pensarían que era mejor ser transparentes: debe ser por ello por lo que llamaron a la prensa, temerosos de las circunstancias que rodeaban una maniobra tan arriesgada. Si al día siguiente hubiéramos leído que la ballena del Museu de Ciències Naturals se había roto, habríamos podido especular sobre la escasa pericia de los especialistas o sobre la ineficacia de las medidas adoptadas. Habiendo cámaras de televisión y fotógrafos, testigos de la profesionalidad y el cuidado con que fueron tratados los restos del centenario animalote, no hay margen para la crítica, sino para el comentario indolente. Lo cierto es que el traslado de los huesos de la ballena acabó con la mandíbula en el suelo, hecha añicos. Pese a las poleas, las barras metálicas y los andamios, pese al cuidado de los operarios, el cráneo de cristal dijo basta. Lo reconstruirán, eso sí, con los pedazos que han sobrevivido y con unas cuantas nociones de imaginación y de anatomía marina.

Al ver cómo se deshacía la mandíbula pensé, claro, en la memorable escena en que David Huxley, ese tímido paleontólogo, observa atónito cómo Susan Vance hace equilibrios en lo alto de una escalera hasta que, a punto de caerse, se agarra al esqueleto del brontosaurio cuya reconstrucción está a punto de completar. El animal también queda destrozado, pero Cary Grant y Katharine Hepburn se enamoran. A saber si el miércoles, en la Ciutadella, entre el barullo, con caras de estupefacción y aturdimiento, nació una historia de amor tan alocada como la de La fiera de mi niña, que ahora recuerdo con una sonrisa de ballena.