No sufras, Sala Martín

En una entrevista que se hizo famosa por el tono, por los exabruptos y por la singular idea meritocrática que la presidía (no se puede ser presidente de un país si no tienes estudios universitarios), el profesor Sala Martín asedió al entonces candidato José Montilla con algunas historias que le obsesionaban. La lengua catalana era una de las pesadillas del profesor. No entendía cómo se puede exigir el nivel C de conocimiento a los funcionarios y no a la más alta autoridad que los dirige. Olvidaba, entonces, un precepto clave de la democracia. Es presidente quien es mayor de edad, reúne las condiciones legales y asegura una mayoría parlamentaria. Y no quien certifica una determinada calificación. Pero cuando la cuestión le afecta a él, privilegiado como es, hombre carismático por encima del bien y del mal, amenaza con dejar la universidad si se le exige pasar un examen. Sensacional giro del destino.

El objetivo de la medida no es enseñar o aprender catalán en la universidad, y mucho menos exigir que se impartan las clases en esta lengua. La norma no pretende imponer o provincializar o convertir las aulas magnas en un aplec sardanístico. Solo invoca la necesidad de que los alumnos de un país puedan hablar y hacerse entender en el idioma de su país. ¿Es esto manicomial? Me temo que hay muchos que lo piensan. Vivimos en una sociedad en la que las evidencias estorban, donde clamar por la obviedad parece un despropósito.