Dos miradas

Sueldos y chalets

Los sueldos de los políticos son una conquista democrática, criminalizarlos es pura bazofia demagógica

Irene Montero y Pablo Iglesias, en el Congreso.

Irene Montero y Pablo Iglesias, en el Congreso. / periodico

Emma Riverola

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Cobrar un sueldo es bueno. Si es alto, mucho mejor. La solución a la desigualdad no consiste en precarizar los salarios, sino en dignificarlos. Parece obvio, hasta que llega la política barata. El episodio del chalet de Iglesias y Montero habría sido una anécdota si el líder de Podemos no hubiera impregnado previamente su discurso de demagogia. A raíz del escándalo, el alcalde de Cádiz, José María González, ‘Kichi’, ha afirmado que seguirá criando a sus hijos en "un piso de currante" y ha recordado que dona el 40% de su sueldo a diversas asociaciones, ya que "renunciar a privilegios como el exceso de sueldo" forma parte de código ético de Podemos. Pero, ¿cuántas trampas esconde esta renuncia?

La labor de los parlamentarios y alcaldes es trascendental, determina la vida de los ciudadanos. Los sueldos proporcionados a su responsabilidad facilitan que profesionales destacados en sus ámbitos se sientan atraídos por la política y evita que esta sea un coto de privilegiados. A sueldos más bajos, más mediocres y más ricos hay en las butacas del poder.

Los sueldos de los políticos son una conquista democrática, criminalizarlos es pura bazofia demagógica. Como también lo es reducir un sueldo alto a un privilegio, cuando puede ser un mérito. Que cada uno cobre lo que toca y, ya después, decida si lo quiere donar o ahorrar o dilapidar en la vuelta al mundo. Pero no hace falta exhibir el martirologio. Y menos a una población empobrecida.