Sudar

RISTO MEJIDE

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Apesar de lo que deseábamos Vanesa y yo, al final nadie fue capaz de frenar enero. Y entre la cuesta propia del mes, la vuelta masiva al gimnasio y el poco frío que nos hizo, de lo único que estuvimos sobrados fue de sudor. Un sudor no solo físico, sino también emocional, social y moral, un sudor que se manifiesta ya no solo en las axilas o en los pies, sino en el alma y el corazón. Un sudor muy churchiliano mezclado con sangre y lágrima, algo así como en los milagros, pero sin la necesidad del visto bueno papal.

Es el sudor de un cambio de armario que llegó tarde. Cuando la ropa o te sobra o te falta, pero jamás acaba de acertar. Donde casi todas las madres amenazan con que vas a pillar un sarampión, que ya, mamá. Donde ya no puedes ni disimular las calorías que te has metido durante la navidad. La operación bikini tendrá que volver a esperar.

Es el sudor que precede a las primeras agujetas del año. Las que nos recuerdan que no estábamos acostumbrados a sudar de ese modo. Un año más, otra cura de humildad. Una frecuencia que dicen que se convierte en hábito tras 21 días. Ojalá fuese tan fácil crearse un hábito como lo es caer en cualquier vicio. Ojalá.

Es el sudor de tu frente, el único que te aparece en la Biblia para recordarte que el duro trabajo te devolverá algo de dignidad como ser humano. Por eso es tan indigno el espectáculo al que tenemos que asistir cada día, esa gentuza que aprovecha su cargo para robar sin pegar golpe mientras hay millones de personas que darían su vida por conseguir un trabajo honrado. Es tan indigno que ahí ya no suda un individuo, sino toda la sociedad.

Pero es que también es el sudor combinado, la suma de varios sudores, que es el que se da cuando se juntan dos cuerpos o más. Un sudor con sabor y olor indescriptible, porque normalmente nadie que se encuentre ahí en medio está como para tomar notas. Es el sudor que recogen las sábanas, luz y taquígrafos sobre el lienzo de los que se acaban de amar. O sin ponerse estupendo, simplemente, de follar.

Es el sudor frío del que delata al que sufre miedo, escalofríos o ansiedad. Como el que te recorre por dentro cuando te enteras de que un hijo de la gran puta acaba de tirar por la ventana a un bebé de 17 meses justo cuando había sido descubierto abusando de él. Con perdón de las señoras putas. Pero ese individuo no merece ni la condición de ser humano. Merece ser tratado como la aberración que es, ni persona ni animal, es una cosa que hay que desmontar, desconectar de nuestro estado de derecho y hasta desenchufar.

Sí, ya sé que no hay que desearle la muerte a nadie, y que conste que no se la estoy deseando, pues tampoco eso me convencería. Yo sería más partidario de que sufriese durante el resto de su larguísima vida. A mí me sale así, no te voy a engañar. Por suerte no soy yo el que decide estas cosas, que para eso están las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, y sobre todo nuestro sistema judicial. Pero te juro que si de mí dependiese, ese malnacido conocería el significado de la palabra dolor en todas sus variantes. Su condena debería ser desear con todas sus fuerzas la muerte, pero jamás llegar.

Pero a lo que iba, que me pierdo. Sudar. Sudar. Sudar. No, lo siento, por más que lo intento no me sale. Después de contarte esto, lo único que tengo ganas es de llorar. De impotencia. De rabia. De indignación. Por ese bebé de nombre Alicia que ya jamás visitará el país de las maravillas, porque le tocó vivir en un país con hijos de puta como el que la mató.

Sí, ya sé que muchos pensarán que me he ido del tema.

Sinceramente. Me la suda.