Pequeño observatorio

Somos los amos terribles del corral

Consideraciones éticas aparte, entiendo que las armas puedan crear una especie de adicción

Cientos de estudiantes de institutos de Columbia, Maryland y Virginia, concentrados frente a la Casa Blanca por un mayor control de las armas, en Washington, el 21 de febrero.

Cientos de estudiantes de institutos de Columbia, Maryland y Virginia, concentrados frente a la Casa Blanca por un mayor control de las armas, en Washington, el 21 de febrero. / periodico

Josep Maria Espinàs

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Hay noticias que te alegran, otras que te disgustan. El presidente de Estados Unidos pide que los profesores puedan llevar pistolas ocultas. Para nosotros, los europeos, esto es un disparate. ¡Tener armas en las aulas! En un espacio donde se ha de aprender, se supone, el respeto a la pacificación, la imposibilidad de amenazar y agredir. Profesores equipados con libros, pizarras, diccionarios... y pistolas.

Ricardo Mir de Francia explica que, desde hace años, el lobi de la Asociación Nacional del Rifle defiende este principio: "Para frenar una mala persona con un arma, es necesaria una buena persona con un arma". ¿No será, en la práctica, un planteamiento favorable a la fabricación y tenencia de armas? Trump ha presentado la Asociación Nacional del Rifle como "unos grandes patriotas americanos". Ricardo Mir escribe que, como se ha recordado estos días, en Estados Unidos no se puede beber cerveza a los 18 años, pero sí se puede comprar un arma de guerra.

Pienso en las escuelas por las que he pasado en su juventud. En lugar de pistolas, los alumnos llevaban a las aulas unos paquetitos confeccionados por pacíficas madres, que escondían unos explosivos bocadillos de butifarra o unas tortillas hechas en casa que chorreaban un aceite que, evidentemente, no era explosivo, pero que se extendía sospechosamente.

Yo nunca he tenido una pistola ni un revólver, pero sí, temporalmente, un fusil, cuando me tocó hacer las milicias universitarias. Pero no recuerdo haber disparado nunca. A lo largo de la vida, eso sí, cuando era joven, disparé unas cuantas bolas de billar en el casino de Sant Just Desvern.

Consideraciones éticas aparte, entiendo que las armas creen una especie de adicción a algunas personas. Poder proyectar, más allá del propio cuerpo, una fuerza poderosa es una capacidad que no tienen los otros seres vivientes.

Sí, somos los dueños del corral humano.