ANÁLISIS

La sombra de Sudáfrica

Israel considera al movimiento internacional de boicot, el BDS, un objetivo prioritario al que combatir

El primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, en una ceremonia de graduación de pilotos militares, el jueves.

El primer ministro israelí, Binyamin Netanyahu, en una ceremonia de graduación de pilotos militares, el jueves.

JOAN CAÑETE BAYLE

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Tres letras: BDSBoicot, desinversiones y sanciones. La decisión de Israel de vetar la entrada a los extranjeros que llamen al boicot del Estado hebreo es coherente con la idea, plasmada en el mismo redactado de la norma, de que el BDS representa "el nuevo frente en la guerra contra el Estado de Israel". A priori, parece una guerra desequilibrada en cuanto a correlación de fuerzas, pero no puede negarse que el Estado hebreo se la toma en serio.

SOCIEDAD CIVIL

Desequilibrada porque el BDS es un movimiento surgido de la sociedad civil palestina (no de su liderazgo  político) que se ha desarrollado internacionalmente con el impulso de movimientos sociales y de algunas formaciones políticas que casi nunca gobiernan. Parte de un antecedente (el boicot a la Sudáfrica del apartheid)  y se pone como objetivo el bloqueo económico, cultural y académico contra Israel hasta que cumpla la legislación internacional. Adopta muchas formas (desde mociones en ayuntamientos hasta escraches a famosos como Scarlett Johanson), pero es en el ámbito cultural donde tiene más fuerza, sobre todo con aquellos artistas que actúan en Israel. Ha conseguido algunos éxitos sonados, pero desde un punto de vista económico su escasa incidencia, pese a que es creciente, no merece la atención que Israel le presta.

CONTRA UNA IDEA

Otro asunto es el de la imagen. La misma idea del boicot pone en jaque una idea con la que Israel se siente muy cómodo: un Estado que en el fondo es uno más de Occidente y que, a causa de un conflicto muy complejo y de una realidad geográfica que lo rodea de enemigos existenciales, se ve obligado a tomar decisiones controvertidas para defenderse. Desde este punto de vista, el boicot –al que, de entrada, Israel descalifica como "antisemita"– es un espejo que refleja la sombra de Sudáfrica, una acusación directa con una enorme fuerza: "No sois como Occidente, no sois las víctimas, vuestras políticas no son justificables". Israel, pues, lucha contra una idea, y eso nunca es sencillo.