Solo sé que no sé nada

JOSEP MARIA POU

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Estoy de nuevo en Mérida, en su famoso Festival Internacional de Teatro Clásico (61 ediciones, ya) con nueva función y nuevo personaje. Ahora me toca ser Sócrates, dentro de un espectáculo concebido y dirigido por Mario Gas. El estreno, por suerte, fue un éxito -o eso parece, eso dicen, eso me quieren hacer creer y eso quiero creer-  y disfruto de cada representación como si fuera una oportunidad única, porque encima de ese escenario uno se sabe privilegiado y sería de cadena perpetua no sacarle el máximo partido a ese privilegio. Como disfrutaré, estoy seguro, a partir de la próxima semana en el Romea de Barcelona.

Sócratesme ha llegado caído del cielo. No es un personaje que esté en el horizonte habitual de los actores. No piensas en él como piensas en EdipoOrestes o Agamenón, por la sencilla razón de que apenas cuenta como personaje dramático (en el sentido teatral del término), no está en el repertorio. Hasta ahora.Mario Gas y Alberto Iglesias lo han elevado a la categoría de héroe trágico. Sócrates es la tragedia de un ciudadano que sufre los rigores de una democracia mal entendida y peor vehiculada, y que se deja morir para salvaguardar la esencia de esa democracia y poner en valor las leyes con las que han convenido regirse entre todos. «¿No es cierto que escapando me burlaría de las leyes y de la ciudad? ¿No crees que llevaría a la ruina a esta ciudad si sus leyes no se cumplieran?» Digo estas palabras en escena y me las devuelven varios ecos al tiempo. Las digo y se las envío mentalmente a muchos que me sé y me callo, con la esperanza de que cada uno encuentre su respuesta. Me suenan a reflexión necesaria, de urgencia. El teatro convertido de nuevo -¡cómo me gusta!- en tribuna de debate, en ágora, en asamblea. Y la función que no termina con el último oscuro sino que se prolonga más allá de la puerta de salida, viva en los noticiarios de esa misma noche, al llegar a casa, y hasta en los titulares de prensa a la mañana siguiente.

Actualidad

Hemos estrenado en Mérida, la romana Emérita Augusta, rodeados de Grecia por todas partes. Los cerca de 2.000 espectadores de cada noche se convierten, por obra y gracia del teatro, en ciudadanos de Atenas. De la del 399 antes de Cristo y de la de ahora mismo. Imposible ver la función y desprenderse de la actualidad. Aunque tratando de entender a unos y otros, se pueda llegar, como Sócrates, a parecida conclusión: «Solo sé que no sé nada».

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