El epílogo

¿Solidaria la banca?

ENRIC HERNÀNDEZ

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Para el común de los mortales, Nochevieja suele ser fecha propicia para expresar los más íntimos deseos y buenos propósitos para el año entrante. Volver al gimnasio para perder unos kilos, dejar de fumar de una puñetera vez... Estas son las promesas que solemos hacernos tras el festín navideño, para luego romperlas en cuanto se presenta la ocasión.

Los gobernantes de todo el mundo, más profesionales, celebran juntos la ceremonia de las promesas rotas una vez al año. Le llaman asamblea de la ONU, y tiene lugar por estas fechas en Nueva York. La de este año tiene, además, un significado muy especial: se conmemora el décimo aniversario de la Cumbre del Milenio, la madre de todas las nocheviejas de los líderes mundiales.

Porque hace una década las Naciones Unidas auspiciaron el firme compromiso internacional con la conquista de ocho loables objetivos en una fecha por entonces tan remota como el 2015. Entre otros retos, pactaron reducir a la mitad el número de seres humanos que sobreviven con menos de un dólar al día, universalizar el acceso a la enseñanza primaria y reducir drásticamente la mortalidad infantil. A cinco años para que expire el plazo fijado, ni estos ni el resto de Objetivos del Milenio se han cumplido. Ni por asomo.

La coartada de la crisis

La crisis económica ha brindado al primer mundo la coartada perfecta para pasar página de unas promesas que tampoco se respetaron en tiempos de bonanza. La asamblea de la ONU se sustenta, por tanto, en un rosario de buenas palabras, sin acciones que las respalden. Como las que ayer pronunció el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, tan discreto como los frutos de su gestión. O las del propio Rodríguez Zapatero, que reclamó un «pequeño esfuerzo» a los bancos para erradicar la extrema miseria y el analfabetismo.

Resulta pintoresco que el presidente apele ahora a la solidaridad de los bancos resucitando la tasa Tobin -ya rechazada por el G-20- pese a que en España no ha logrado aún convencerles para que reabran el grifo del crédito, cuya sequía ahoga a cientos de empresas y condena a la pobreza a miles de desempleados.