La encrucijada económica de la UE

La 'sofferenza' italiana y Draghi

La repetida falta de previsión europea se manifiesta de nuevo en la actual crisis bancaria en Italia

Mario Draghi.

Mario Draghi.

JOSEP OLIVER ALONSO

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Mañana es día grande para la banca europea: tras unas semanas de vértigo para sus cotizaciones, la Autoridad Bancaria (EBA) publicará los tests de estrés de las instituciones más importantes. Unos ejercicios de resistencia que siguen siendo hoy, tras seis años desde el inicio de la crisis del euro, más que importantes, y particularmente relevantes para la banca italiana y el principal banco alemán, el Deutsche Bank, que acumulan pérdidas bursátiles en el último año de más del 50%. En Italia, los 360.000 millones de euros de créditos de dudoso cobro (los llamados 'sofferenze') reflejan el impacto de un tejido económico que, lentamente, ha perdido competitividad y se ha esclerotizado: Italia ha sido, con la excepción de Grecia, el único país de la Eurozona en sufrir una triple recesión, acumulando en el periodo 2008-2015 una caída del PIB a una media anual de -1,0%, mucho peor que el -0,4% de España, y solo menos severa que la de Grecia (-3,7%).

Parte de estos problemas los genera la misma política ultraexpansiva del BCE, recortando márgenes de negocio para la banca e imponiendo tipos negativos a sus depósitos en el banco central. Esta situación, sumada al deterioro general de las carteras de créditos por el bajo crecimiento económico, es lo que ha llevado no hace muchos días a David Folkerts-Landau, el economista jefe del Deutsche Bank, a avisar que deberá arbitrarse un fondo de recapitalización para la banca europea de 150.000 millones de euros. Finalmente, el crédito ha fluido hacia sectores e instituciones con moderada devolución. Todo explica el porqué las acciones del sistema financiero italiano se han desplomado el último año, afectando particularmente a la Toscana (sede del banco más antiguo del mundo, el Monte dei Paschi) y al Veneto.

ABSORCIÓN DE PÉRDIDAS

Para terminar de arreglar las cosas, la banca italiana se enfrenta al nuevo sistema de absorción de pérdidas y/o liquidación de bancos insolventes puesto en marcha el pasado 1 de enero. Según el nuevo procedimiento, que se ha diseñado para no volver a utilizar dinero público, las pérdidas bancarias deben ser absorbidas de forma secuencial: primero, por los accionistas; después, por los obligacionistas 'junior' (nuestras preferentes); a continuación, por los tenedores de deuda 'senior'; y, finalmente, por los impositores de más de 100.000 euros. Solo entonces, una vez exhaustas estas fuentes, entraría en vigor el fondo de rescate del país y, en último término, dinero europeo. Si este procedimiento es problemático políticamente, en Italia se suman el hambre y las ganas de comer: cerca de 200.000 millones de euros en deuda 'junior' están en manos de sus familias. Y en octubre hay referéndum sobre la reforma política... Ello explica la demanda de Mateo Renzi a la Comisión Europea para que le autorice a esquivar el nuevo sistema y le permitan inyectar dinero público.

CUESTIONES ITALIANAS

Y en estas emerge Mario Draghi. Desde su puesto como gobernador del BCE, y por más que se le ha preguntado, jamás ha querido entrar en cuestiones italianas. No podía ser de otra forma para un alto funcionario como él, ya que fue gobernador del Banco de Italia en 2006-2011. Pero, justo ahora, en medio de la tempestad sobre el sistema financiero de su país, el gobernador del BCE se descuelga y anuncia que serían bienvenidas ayudas públicas para resolver situaciones excepcionales. Es decir, donde dije digo, digo Diego. Y si la situación es muy mala, pues regresemos al sistema de absorción de pérdidas por el contribuyente.

De esta historia italiana preocupan algunos extremos. El primero, que siendo Draghi exgobernador del Banco de Italia intervenga presionando a la CE. No parece de recibo. Pero quizá sea más relevante un segundo aspecto. Y es la repetida falta de previsión de las autoridades comunitarias. Se puso en marcha el euro sin una unión política, y ahí estamos todavía, que no sabemos si se salvará la unión monetaria. Se puso en marcha Schengen sin control común de fronteras, y han reverdecido todas las pulsiones nacionalistas posibles. Y, finalmente, se ha puesto en marcha una unión bancaria hace menos de dos años, se estrena un sistema de liquidación de bancos que carga las pérdidas sobre el sector privado y, seis meses después, se habla ya de esquivar este radical cambio. Malo si no se sabía lo que ocultaban los balances de la banca italiana. Pero mucho peor si, sabiéndolo, se lanza una iniciativa que no podrá cumplirse.

Este regateo de los acuerdos, una política que funcionó en otros tiempos, acabará mal. Porque al desprestigio que acumula el proyecto europeo, a la continua vulneración de sus normas, se suma ahora el temor de que el BCE haya entrado en una deriva parecida. ¿Para qué, o para quién, sirven las reglas? No parece que para la Italia de Renzi y Draghi. Mal asunto.