El sindicato de la dignidad
Hay vecinos que me cuentan que van a tener que irse del barrio porque les suben el alquiler
Yo me eduqué viendo 'Érase una vez el cuerpo humano', aquella serie de 'dibus' genial en la que las plaquetas y los glóbulos blancos y rojos tenían ojitos y boca y, a cada latido del corazón, salían disparados y ponían cara de velocidad. Igual es por eso que a veces, para entenderlas, tiendo a reducir las cosas a un esquema de espacios geométricos interconectados por tubos, llenos de personitas cada una de las cuales tiene su cometido de vital importancia para que todo eso funcione de una manera fluida y coordinada.
Últimamente, por culpa de Twitter, de Facebook y de los vecinos que pasan por donde yo trabajo y, entre libro y libro, me cuentan cómo a lo peor dejarán de venir porque van a tener que irse del barrio ya que les suben el alquiler, se me ha construido en la cabeza un circuito muy simple: consta de un cubo con un tubo de entrada a un lado y otro de salida al otro. El cubo es la sociedad, por un tubo entra lo que ganamos y por el otro sale lo que gastamos. Si amplío la imagen, veo que en el extremo de cada tubo, hay una especie de bomba que late cada mes: la de la derecha, en el mejor de los casos, inyecta el salario; la de la izquierda succiona los gastos básicos: los que comporta el vivir.
Pasa que hace un tiempo, a la sociedad le dio por tomar conciencia de sí misma y descubrió que no es que la bomba de inyección de la derecha funcionara sola, es que éramos nosotros mismos quienes la hacíamos, ¿cómo?, trabajando: aquello no se movía a cambio de nada; parece obvio, pero antes no lo era (lean los libros de Javier Pérez Andújar; háganlo).
INYECCIÓN Y SUCCIÓN
En el momento en que nos dimos cuenta de que aquella bomba no era solo de inyección (de dinero) sino que también succionaba (tiempo, trabajo y salud), se montó el primer sindicato laboral: cientos de personitas aunaron fuerzas para vigilar lo que entraba y salía por ahí, para incluso sellar con silicona el paso si aquello se volvía más de succión que de inyección. Han pasado los años y esos sindicatos están institucionalizados; se usan como herramienta habitual hasta el punto de que ahora construimos cosas cimentadas en unos logros que, de tan básicos, nos parece que siempre han estado ahí.
Ahora resulta, cosa lógica también, que la otra bomba funciona igualmente en doble dirección: succiona dinero que nosotros dejamos ir a cambio de dignidad; una dignidad tan básica como la que aporta tener cuatro paredes entre las que dormir. Pasa también que esa bomba se ha vuelto más de succión que de inyección, y que ahora mismo está desbocada chupando dinero a cambio de cada vez menos espacios para vivir, o sea, cada vez nos devuelve menos dignidad.
Tomándonos todo esto por la parte negativa, ponernos a solucionar esto suena tan farragoso como volver a empezar de cero a reivindicar lo obvio. Por la parte positiva, en cambio, sabemos que tenemos la razón y que tenemos la experiencia sindical.
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