El debate soberanista

Sin 'scottish connection'

La dramaturgia de la política anglo-escocesa y de la hispano-catalana tienen demasiado poco en común

ALBERT GARRIDO

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Si el 18 de septiembre del 2014, referéndum de Escocia, fue fuente de inspiración y anhelos del soberanismo catalán, ¿puede serlo también el 7 de mayo escocés? Los 56 diputados sobre 59 posibles obtenidos por el Partido Nacionalista Escocés (SNP por sus siglas en inglés) dan pie a toda clase de sueños y esperanzas políticas, aunque el sistema electoral británico sea tan distinto y distante del español, así se trate de elecciones municipales, autonómicas o estatales, y sean aún más distintas y distantes las pulsiones del caso escocés y del caso catalán. La pregunta que encabezaba un artículo publicado el 6 de octubre del año pasado por 'The New York Times', '¿Es Catalunya la Escocia de España?', asoma de nuevo en detrimento de otra igualmente posible: ¿es Escocia la Catalunya del Reino Unido?

Las comparaciones son casi siempre odiosas y, en este caso, puede que imposibles. A juzgar por el comportamiento electoral de los escoceses, la política de las emociones ha dado paso a la política de las cosas. El discurso inflamado de Alex Salmond, que solo sumó en el referéndum el 45% de los votos para la vía independentista, cede el testigo al realismo enérgico de Nicola Sturgeon, que ha logrado una situación hegemónica para su partido del todo inusual sin reclamar durante la campaña algo remotamente parecido a la «mayoría excepcional» a la que aspiró Artur Mas en el 2012 sin lograrla (CiU perdió 12 diputados).

Varios episodios del relato escocés explican el porqué de la inexistencia de una 'scottish connection'. En primer lugar, el SNP ocupa el espacio soberanista sin rivales. Para seguir, el arraigo en Escocia de los conservadores dejó de ser significativo hace mucho tiempo. Para continuar, el desencanto laborista ha nutrido de papeletas el zurrón del SNP, pero es más que dudoso que pueda contabilizarse como voto independentista. Para acabar, la posibilidad de que Sturgeon agite las aguas con la petición a medio plazo de otro referéndum de secesión no figura en la agenda del SNP. «El león escocés ruge en todo el país», como dice Salmond, pero se contiene lo suficiente como para no ahuyentar a ninguno de los electores que, más o menos de prestado, han hecho de Escocia una tierra casi de partido único.

La naturaleza plebiscitaria de las autonómicas

Nada de todo esto se da en el relato catalán. Los partidos soberanistas se enzarzan en disputas no siempre de salón, la derecha no nacionalista nunca ha sido una nota marginal a pie de página, los votos desencantados con el bipartidismo imperfecto no tienen un único destinatario y, por último, la naturaleza plebiscitaria de las autonómicas convocadas para el 27 de septiembre -remedo de referéndum- es impugnada con argumentos nada desdeñables por una parte de las fuerzas que concurrirán a ellas.

Por si todo eso fuera poco, David Cameron puede encontrar un aliado excepcional en el SNP cuando los británicos decidirán en referéndum si siguen en la UE. No será una alianza, ni siquiera un matrimonio por interés, sino fruto de una necesidad imperiosa: mantener al Reino Unido anclado a Europa para que la economía no se resienta… y para que Escocia no encuentre la razón suprema para separarse: permanecer en la UE. Pues el SNP es un partido europeísta sin reservas y, en cambio, el núcleo duro del Partido Conservador es euroescéptico con muy pocas reservas. Es innecesario subrayar que el caso no es aplicable al binomio España-Catalunya, aunque los costes sociales de la salida de la crisis han enfriado el sentimiento europeísta de los votantes.

El debate de pertenecer a la UE

El factor europeo es determinante. Antes Salmond y hoy Sturgeon tienen por inasumible toda alternativa que ponga remotamente en cuestión pertenecer a la UE. El asunto no admite en Escocia ni frases sin terminar ni confusos diagnósticos: seguir en la UE no es un asunto más, es el asunto. También lo es para Catalunya, pero desde que la sentencia del Estatut abrió las hostilidades y el soberanismo se puso en marcha no ha habido forma de precisar qué coste tendría la secesión, cuánto tiempo llevaría el ingreso en la UE y en qué condiciones. Se asegura, eso sí, que el aterrizaje escocés podría ser suave, aunque no fácil, y que, en cambio, Catalunya podría verse obligada a volar en círculo entre nubes un tiempo no especificado. Y el discurso apocalíptico del Gobierno ha contribuido decisivamente a sembrar la confusión.

Tampoco aquí hay similitudes. La dramaturgia anglo-escocesa y la hispano-catalana tienen demasiado poco en común. La primera remite a una mezcla de tradición democrática y oportunismo político de los grandes partidos británicos, que consintieron el referéndum; la segunda recuerda a menudo el tono desgarrado del gran teatro romántico. No, no hay 'scottish connection', y el movimiento telúrico de las municipales lo ha confirmado.