ANÁLISIS

Sin margen de confrontación

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Xavier Bru de Sala

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Para comprender la situación del independentismo hay que distinguir entre hostilidad y hostilidades. La hostilidad suele generarse mucho antes del inicio de las hostilidades y menudo perdura bastante más allá del final de las hostilidades. En el caso que nos ocupa, las hostilidades comenzaron unos días antes del 1-O y finalizaron el 28 del mismo mes, cuando los principales dirigentes del bando perdedor desfilaron, unos hacia la prisión y los otros al exilio, y el autogobierno fue intervenido mediante el 155.

El paso del tiempo ha revelado inútiles los intentos de mantener las hostilidades, ni que sean de baja intensidad. El último episodio, el de las cruces amarillas y las contra-cruces, tuvo lugar días atrás en la playa de Mataró. Antes, el presidente Quim Torra se tuvo que desdecir de su primer y último intento de desafiar al Estado, a partir de los intersticios de la legalidad, cuando nombró consejeros vetados y el gobierno central se negó a publicar la lista.

El fin de las hostilidades suele ir acompañado de una disminución de la temperatura de la hostilidad. Tardará más o menos, pero es ley de vida, es decir de la psicología colectiva, que los ánimos se enciendan cuando se aproxima el fragor de la batalla y se apaciguan cuando la batalla ha terminado. El problema es solo, solo, de los que se engañan y engañan a los crédulos simulando que la batalla iniciada el 1-O todavía no ha concluido. Pero incluso aquellos que se mantienen en formación se dan cuenta de hasta qué punto llega a ser cansado mantener la tensión sin objetivos ni posibilidad de confrontación inmediata o a la vista. El último de ellos en darse cuenta de que hace el inútil que cierre la puerta del campo.

El alejamiento del momento álgido de las hostilidades modifica hasta tal punto el clima que la portavoz del Govern, Elsa Artadi, pide públicamente al ReyElsa Artadi, no ya que se retracte de su discurso previo al inicio de las hostilidades sino que conceda un gesto para que el 'president' pueda asistir a la inauguración de los Juegos del Mediterráneo de Tarragona y saludar al monarca con normalidad institucional. Con tanta cintura política como mala leche soterrada, el presidente del Parlament ya ha anunciado que no va a ir. Una forma sutil de emplazar Torra a asumir de una vez el papel que le corresponde, que es presidir la inauguración junto al Rey, bajo pena de ofender los tarraconenses, haya o no haya gesto de La Zarzuela (que mucho mejor si se produce, por supuesto).

¿Alguien recuerda que la presente legislatura debía ser corta? Cuatro días atrás, casi todo el mundo lo daba por hecho. Ahora ya no. Las próximas municipales son el único obstáculo para que se produzca una alianza de facto, y de larga duración, entre el tripartito independentista -PDECat, el resto de JxCat y ERC- y los 'comuns'. No hay más estrategia que la de ERC, a la que el PDECat ya se ha sumado y JxCat no tardará en asumir.

Realismo y rendición no son sinónimos. Volverse independentista imprime carácter. Los que son del Barça no se pasarán al Espanyol por el simple hecho de haber sufrido una severa derrota.