Al contrataque

El silencio del miedo

SÍLVIA CÓPPULO

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Crecí educada en los silencios del miedo. Pronto, nuestros padres y profesores nos enseñaron que aquel que en clase se sentaba a nuestro lado podía ser un delator, uno de los suyos. Éramos adolescentes y podía haber traidores entre nosotros. Con los ojos bien abiertos, nos fijábamos en pequeños detalles que podían darnos pistas sobre la identidad real de nuestro interlocutor. Podía haberse infiltrado en la academia, en la universidad o en un grupo kumbayà. Las dictaduras son terrorismo porque asfixian las libertades. La represión se transforma en miedo y, al final, los que lo sufrimos hacemos el trabajo sucio a los dictadores. Como personas, empequeñecemos, y como grupo humano se nos desdibuja el contorno. Los valores se hacen porosos.

Con Franco muerto -hoy se cumplen 40 años-, el miedo recorría las manifestaciones del centro de Donostia en los años duros de ETA. Señoras elegantísimas escudriñaban el alzado de una ceja. En Catalunya también hemos conocido el miedo. Durante años nos pareció entender la lógica del terrorismo etarra. Pero a raíz de Hipercor tuvimos que desistir. Cuando las personas representamos el Estado, somos el eslabón más débil y el blanco más codiciado. Ahí estamos ahora.

François Hollande se dirige a la población y solemnemente anuncia que Francia está en guerra. Sobreponiéndose al dolor, los parisinos escriben a mano carteles con la leyenda No tenemos miedo, o bien Si nosotros tenemos miedo, ellos ganan. Quizá se trate de una estrategia para no sucumbir; pero los franceses y todos los europeos, nosotros incluidos, ¡pues claro que tenemos miedo! La guerra se libra en Siria, pero las balas cruzan las calles de París. Así pues, en realidad, ¿dónde está la guerra? ¿En toda Europa si los islamistas radicales lo consiguen? ¿Cómo pueden decir los políticos que estamos en guerra y recomendarnos ir al fútbol?

Más preguntas que respuestas

En este periódico, los especialistas describen las causas del yihadismo, identifican cómo se propagan sus ideas, de dónde llega la financiación, la supuesta eficacia de las bombas y la necesaria revisión de la esperanza en la educación. De ellos es el análisis, y nuestra la perplejidad. La Unión Europea garantiza la ayuda militar a Francia, en Gran Bretaña cantan La marsellesa, y el blanco, el azul y el rojo iluminan nuestros edificios. Hace unos años, en la matanza de inocentes en los trenes de Atocha y la del metro de Londres creímos ver la respuesta contra el trío de las Azores por la invasión en Irak. Ahora no entendemos qué significa estar en guerra; solo sabemos que ni queremos quedar huérfanos de libertad, ni morir acribillados por un kalashnikov. Con más preguntas que respuestas, sobran declaraciones grandilocuentes. De repente, parece como si aquel viejo silencio se extendiera de nuevo sobre nosotros.