Siete x siete

Siente un rico a su mesa

ANTóN Losada

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Las leyendas urbanas que manejábamos para explicar el orden del mundo se han ido desvaneciendo, desmentidas por ese testigo implacable llamado «crisis». Primero se derrumbó el mito de una economía de enriquecimiento instantáneo donde era posible amasar enormes fortunas sin producir nada, simplemente comprando y vendiendo hipótesis sobre lo que otros podían producir. Luego comprobamos que acudir sin hacer preguntas en socorro de las grandes corporaciones a cambio de que liberaran a sus clientes y trabajadores, tomados como rehenes, solo ha servido para asegurar sus cuentas de resultados o ver cómo nos piden nuevos rescates sin bajarse de sus potentes berlinas. De paso, se ha desmoronado esa fantasía infantil en la que los mercados, las agencias de calificación o sus acreditados publicistas, comoFinancial TimesoThe Wall Street Journal,eran portadores de valores eternos solo afectados por la racionalidad económica, nunca hacen trampas y su veredicto es tan fiable como la pareja de la Guardia Civil.

Ahora volvemos a los sospechosos habituales. A culpar de todo al Estado y a los gobiernos, por manirrotos, clientelistas o cobardes. Pero comprobamos que el despilfarro no es tanto y su control no da para mucho. O que hay menos funcionarios de los que creíamos: casi la mitad que en los países de nuestro entorno para proveer un volumen de servicios similar, cuando no superior. O que esos votantes tan despreciados por desinformados y manipulables están mejor preparados para afrontar la verdad que sus asesoradísimos líderes.

Antes de que nos obligue la realidad, deberíamos enfrentamos sin complejos a otra de esas invenciones de la economía de la Señorita Pepis. Se trata de ese argumentario pueril que no aconseja subir los impuestos a las rentas más altas porque produce el efecto perverso de acabar pagándolo las clases medias, genera el efecto contrario de poner en fuga al dinero y supone una amenaza para la recuperación. Pobrecitos. Solo falta pedir una campaña para ayudarles. A otro perro con ese hueso, que después de todo lo que hemos visto y pagado ya no cuela.