Año de pasiones

Año de pasiones todavía embotelladas, el que dejamos atrás, de pasiones agitadas el próximo, y a saber cuándo saltará el tapón. En cualquier caso, que no nos pille desprevenidos, ni con los 'Himnos homéricos' ni otras épicas en mano, sino más bien con una mirada barroca. Si os da repelús el inmenso Calderón, siempre podéis recurrir a Shakespeare, sobre todo ahora que, no deberíamos dejar de insistir, se han publicado las traducciones de Joan Sellent. Justamente el volumen se cierra con una versión del largo poema 'Venus i Adonais', que podemos usar de tónico preparatorio de los ánimos.

Para quienes aún no se han aproximado al poema: una vez descritos los vaivenes del rechazo del más bello de los hombres a la más seductora y amorosa de las hembras, comprobada y muy llorada la muerte del joven a manos, o, mejor dicho, por el colmillo de un jabalí, la diosa Venus se retira para siempre jamás de los asuntos mundanales, no sin antes proferir una maldición fatídica que contiene la formulación más precisa de las pasiones humanas.

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Todo Shakespeare es, más que un tratado, un amoldador de las pasiones humanas. Si desde Homero hasta él, las pasiones campaban y arrastraban como alegres caballos desbocados, con él, y después de él hasta ahora, se abre un espacio de desconfianza entre cada cual y sus pasiones. Ante el cadáver del puro Adonis, Venus convierte los sentimientos amorosos humanos, hasta entonces sólidos, en frágiles, inconstantes y fraudulentos, inseparables del luto, clementes y a la vez intolerantes, y más turbios cuando más simples aparecen.

Por extensión, esta es la naturaleza de todos los sentimientos y más si se convierten en pasiones. Es evidente que no podemos prescindir de ellas, pero haremos santamente si ensanchamos la brecha que nos permite no ser sus víctimas, bajo pena de aproximarnos, ni que sea metafóricamente, a la que el mismo Shakespeare denomina "tumba de reyes y reina de las tumbas".

Feliz 2017, que lo será aún más si andamos con tiento.