Razones de un cansancio

Ser prescindible

Pasarse la vida pleiteando medio en solitario por cosas evidentes y necesarias fatiga y asquea

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RAMON FOLCH

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El economista Josep Maria Bricall, con socarrona ironía, solía decir jocosamente que la mejor salida para los catalanes era hacerse gibraltareños. Era una manera de resolver el contencioso crónico con los españoles y, de paso, ingresar en un Estado sin sobresaltos (más o menos). Bricall admiraba la tranquilizante distancia con que los británicos lo miran todo. Como en el chiste sobre un empresario inglés que, al ser informado un sábado del incendio de su fábrica, exclama: "¡Qué disgusto tendré lunes!".

SALTAR CON LA RED PUESTA

La flema es una conocida característica de la forma de ser británica. Creo que no es independiente de su historia. Cuando te ampara el imperio más poderoso del mundo, te sientes por fuerza seguro. En mi etapa de consultor de la Unesco me sentí repetidamente huérfano de toda asistencia diplomática por parte del Estado que me había emitido el pasaporte, mientras que mis colegas británicos recurrían sin vacilación a sus embajadas sabiendo que encontrarían apoyo ante cualquier necesidad. Ningún contratiempo les alteraba el pulso porque siempre saltaban con la red puesta.

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Todo el mundo ha visto películas británicas, siempre perfectamente ambientadas. No importa su argumento, todas son impecables: Poirot es una serie policial, y Cuatro bodas y un funeral, una comedia de situación. En ellas, los personajes se mueven hacia dentro: se ocupan de sus vidas. No necesitan redimir nada ni salvar más que su propia piel. La policía es atenta, la libra es fuerte y estable desde siempre, el inglés no peligra y, encima, les permite entenderse con todo el mundo... Por supuesto que tienen problemas, pero hasta los parados de Full Monty, pura working class menos favorecida, se mueven en ambientes respetuosos. El brexit, por más paso en falso que pueda ser, se explica por esta seguridad en sí mismos (seguramente excesiva).

UNA MILITANCIA PERMANENTE

Al revés que nosotros. Toda comparación entre la extinta peseta y la libra o entre la situación de la lengua catalana y la inglesa es sonrojante. Nos ha tocado bailar con la más fea, mala suerte. Muy mala suerte, porque esta circunstancia fundacional de nuestra vida nos ha amargado la existencia. Constantemente hemos tenido que pedir perdón por existir y, con no menos constancia, solo hemos podido existir batallando. Resulta cansadísimo. ¿Qué flema puede exhibirse en semejante situación? ¿Quién puede sorprenderse de que a veces larguemos alguna coz extemporánea, solo alguna?

Muchos catalanes hemos tenido que hacer de nuestras vidas una militancia permanente. No hablo de opciones políticas, sino de responsabilidades civiles. A los 13 años descubrí que era analfabeto en mi lengua y, a tientas y a escondidas, decidí remediarlo; a los 18 ya daba clases de catalán a los demás por correspondencia o en cursos nocturnos. A los 23 era adjunto de dirección de la Gran Enciclopèdia Catalana, que para entonces (1969) no pasaba de ilusión incierta. Después vino la eclosión del ambientalismo y el ecologismo, a cuya causa me entregué con entusiasmo y siempre con la sensación fundamentada de que en las barricadas éramos apenas cuatro gatos. No tener sustitutos de recambio te crea una angustia estresante. Uno de los componentes de la felicidad británica es ser perfectamente prescindible. Aquí, muchos hemos vivido con la justificada impresión de que, si claudicábamos, nuestra almena quedaría al descubierto.

CANSANCIO POR AÑOS DE BARRICADA

Es pertinente recordarlo en el momento en que nos hallamos. Ha sido necesario demostrar la evidencia y luchar contra lo absurdo una y otra vez ante un adversario prepotente que todavía hoy no exhibe más que su inconmensurable arrogancia. No sé si es ignorancia o mala fe. Me da igual, ambas cosas me parecen lamentables. Pero no es eso lo que me preocupa. Es el cansancio por tantos años de barricada. Envidio sanamente a los británicos, que pueden ocuparse de sí mismos en un Estado que respeta y se ocupa de todos. Envidio a los británicos y a tantos otros pueblos que no han de pleitear cada día por su lugar tranquilo en el mundo. Quisiera ser como ellos, que no son independentistas porque son independientes.

Qué placer seguir tu camino y no sentir que la trinchera se tambalea si por un momento bajas la guardia. Me gustaría ver a los británicos en semejante situación, es decir, encausados por su propio Estado, acusados de querer lo que el propio inquisidor hace siglos que ya tiene. Ver así a los británicos y sobre todo a otros que ya sabemos. Yo, lo que querría, es ser perfectamente prescindible. ¿Es pedir demasiado, tal vez...?