El proceso soberanista

El 'seny' de no pasar de la línea

La independencia de Catalunya no garantizaría, de por sí, que la mayoría de sus habitantes viviesen mejor

IAN GIBSON

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¿Qué habría pensado o dicho Salvador Dalí de toda esta barahúnda?  ¿Qué comentarios le habrían suscitado Artur Mas y su tozuda insistencia en que Catalunya se separe por fin y de una vez de la malvada España? Tales preguntas, y otras relacionadas, llevan semanas rondándome la cabeza. Y he recordado de repente un texto del joven pintor, publicado en 1927 en L'Amic de les Arts, titulado Reflexions. El sentit comú d'un germà de Sant Joan Baptista de La Salle. Al hermano en cuestión, profesor de dibujo del incipiente artista en el colegio figuerense de dicha comunidad, le gustaba repartir entre sus alumnos sencillos dibujos suyos, hechos con la ayuda de una regla, y pedirles que los coloreasen con acuarelas. «Pintadlos bien -aconsejaba-. Pintar bien en general consiste en no sobrepasar la línea» («no passar de la línia»). Dalí, cuyas mejores obras destacan por su atención al detalle minúsculo, incluso microscópico, tuvo en cuenta la enseñanza de aquel «sencillo maestro» que observaba  una «norma de conducta» capaz de inspirar «toda una ética de probidad artística».

Los catalanes, si entiendo bien, se precian de ser, entre los habitantes de la península Ibérica, los más dotados de sentido común, de seny. Siendo así, cabe pensar que Dalí tendría mucho que opinar sobre el empeño de Junts pel Sí, «esa extraña coalición unida» (Felipe González), en cortar las amarras con el resto del Estado.

He leído y releído con fascinación la respuesta, si se puede llamar así, de Artur Mas a la carta abierta a los catalanes del expresidente del Gobierno. Respuesta firmada también por Raül Romeva, Carme Forcadell, Muriel Casals, Oriol Junqueras, Lluís Llach, Germà Bel Josep Maria Forné. ¿Quién la redactó? ¿El propio Mas, o fue producto de deliberaciones en cónclave? No lo sabemos. Sea como sea, su calidad es pobrísima, conceptual y literariamente. Describe la carta de González como «libelo incendiario» cuando no es, en absoluto, ni lo uno ni lo otro, sino la expresión del hondo respeto que le suscita Catalunya y su deseo de que no se vaya, de que se busquen soluciones de compromiso.  Para Mas y sus cofirmantes, Catalunya «ha amado a España y la sigue amando», «ha contribuido más que nadie [sic] al progreso de España», y ello «a pesar de no haber sido amada», a «la ausencia de reciprocidad», a llevar siglos buscando «un encaje» con el resto del país. Es la jeremiada bíblica de siempre, el victimismo de siempre, la dialéctica de siempre, la autocompasión de siempre. El texto dice hablar en nombre «de la inmensa mayoría de la sociedad catalana»,  cuando ello en absoluto está demostrado. Da por descontado, además, que una Catalunya «independiente» sería un paraíso terrenal, una utopía. Se olvida de que el capitalismo es el capitalismo, manéjelo quien lo maneje, y que la independencia de Catalunya no garantizaría, de por sí, que la gran mayoría de sus habitantes viviesen mejor.  Al contrario, viendo los comportamientos de ciertos prohombres catalanes (y su prole) no hay razones para pensar que el «nuevo país» que se imagina Mas, libre de España, fuera necesariamente un lugar más decente y más culto de lo que lo es en la actualidad.

Hay que dialogar en profundidad, hay que reformar la Constitución allí donde haga falta. El PSOE optó, en la llamada Declaración de Granada (2013), por avanzar hacia el federalismo. Sigue en la misma línea. No puedo por menos que estar de acuerdo, esta tercera vía.  El partido hace bien, por otro lado, en criticar el inmovilismo de Rajoy, a lo largo de los últimos años, en relación con Catalunya. Yo iría más lejos. Al no decidir reorganizar el inútil Senado como Cámara territorial, los políticos, todos ellos, han fracasado de manera estrepitosa. Dejar de promocionar el conocimiento del idioma y de la cultura catalanas en todo el Estado es una locura además de una torpeza. Y si la derecha patria cree de verdad que Catalunya es parte consustancial, inseparable, de la España esencial, del «alma nacional», pues que lo demuestre adentrándose en su cultura y su lengua y promocionándolas fuera de sus fronteras autonómicas. Nada de esto ocurre, desde luego. Ni Aznar habla catalán en casa ni casi nadie lee una novela en catalán en Madrid.

Añado que nacer bilingüe es un inmenso privilegio. Y que despreciar uno de los idiomas recibidos, el castellano, es como renunciar a un maravilloso regalo que te han hecho. Ada Colau se expresa con envidiable soltura en ambos idiomas. Da verdadero gusto escucharla. Cuando Mas habla español lo hace casi a regañadientes, sin gracia alguna.

No pasar de la línea. Esta no es una carta abierta a los catalanes, quién soy yo, pero espero de verdad que el 27 triunfe el seny