La rueda

La señora de Margallo y el 'dret a decidir'

ENRIC MARÍN

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El lenguaje es la arcilla de la política. Lógica propositiva, comunicación emocional, conceptos y metáforas delimitan el terreno de la confrontación de ideas en la lucha por la hegemonía ideológica. Estoy seguro de que el ministro Margallo es perfectamente consciente de ello. Otra cosa es que sea un buen estratega o un hábil constructor de metáforas. En cuanto a la construcción de imágenes ha mostrado una creatividad prolífica, aunque lamentable. Eso sí, habla claro. De su intervención en el desayuno-coloquio del pasado martes podemos retener tres ideas. Que el establishment español no está en condiciones de formular ninguna propuesta atractiva para pactar -es decir, empatar- con el soberanismo catalán. Que solo imaginan un pacto después de ganar. Y que creen que una parte importante de la partida se juega en el escenario internacional.

Esto explicaría el protagonismo del ministro español de Exteriores en la gestión de un conflicto teóricamente doméstico. Margallo sabe que la opinión pública española está claramente decantada con las tesis de los partidos dinásticos. También sabe que la centralidad política catalana ya es soberanista. Y quiere ganarse a la opinión pública internacional para desanimar y derrotar al soberanismo. Es un planteamiento crudo, pero menos idealista que el de terceras vías nunca suficientemente concretadas.

Cuando el nacionalismo español se representa la independencia de Catalunya, la imagen traumática que usa es la de la amputación de una extremidad. En contraposición, el catalanismo está cómodo con la imagen más cívica del divorcio. Pero Margallo ha encontrado una tercera imagen digna del castizo Cañete: ejercer el derecho a decidir es como ser invitado a una cena y llevarse a la mujer del anfitrión. Si la cosa va de metáforas, el Gobierno español lo tiene crudo.