La rueda

Señor Rufián

Quienes critican al diputado novel esperaban la misma viscosidad catalana de siempre

ANDREU PUJOL MAS

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Nelson Mandelaelson  publicó su autobiografía titulada Un largo camino hacia la libertad en 1995. En ese libro relata su detención en la comisaría de Newlands, durante la que fue insultado por un policía por tener las manos en el bolsillo. «¿Crees que esta es manera de estar ante un oficial?». Al día siguiente fue llamado al despacho del comandante, donde se le reprochó una actitud supuestamente «insolente». Después de que se montara un follón por las respuestas de Mandela al comandante y de que casi lo molieran a palos, entró el poli bueno y comenzó a tratarle de tú al tiempo que se hacía el gracioso. «Para usted no soy Nelson, sino el señor Mandela», le contestó.

La primera intervención de Gabriel Rufián en el Congreso ha hecho perder los nervios a gente muy diversa, que lo han tratado de insolente e irreverente. Rufián es una persona muy educada y prudente y, por más que me lo mire del derecho y del revés, no veo que en su discurso se aparte de estas virtudes. Trata de usted, no grita, no pierde los nervios, no falta al respeto a nadie ni hace nada estrambótico. Es cierto que habló con contundencia, pero no era menos contundente el «Váyase, señor González, no le queda ninguna otra salida honorable» pronunciado en esa misma Cámara años atrás. Y no hace falta decir que Rufián ni se ha aproximado al famoso «¡A la mierda, joder!» de José Antonio Labordeta.

El problema es que aquellos que lo acusan de insolente lo han vivido como si un ujier de los que trabajan en la Cámara subiera al atril a soltar cuatro frescas a sus señorías, olvidando que es igual de diputado que los 349 restantes. Si hablan de irreverencia es porque esperaban la reverencia. Confiaban en la misma viscosidad catalana de siempre, con los tratos de genuflexión fácil y barata, y se han encontrado con alguien que les decía, mirándoles a los ojos: «Para usted no soy Gabriel, sino el señor Rufián».