Dos miradas

No, señor juez

Los autos del magistrado Llarena se parecen a los castillos que los niños hacen en la playa

Pablo Llarena

Pablo Llarena / Joan Puig

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Una tras otra, las intervenciones del poder judicial no hacen sino confirmar que vivimos en un estado excepcional. No me atrevo (todavía) a escribir «de excepción», en el sentido que todos entendemos, y, para no pecar de demagogia, me remito simplemente al conocido informe de 'The Economist' que valora la posibilidad del descenso de España a la segunda división, la de las «democracias imperfectas». Está en la zona peligrosa, y no lo dice ningún independentista alocado.

Cuando digo excepcional quiero decir que practica la excepción, que convierte la exclusión en una divisa, que expulsa la posibilidad de disidencia a través de la represión. Lo afirmaba hace unas semanas Kenan Malik, filósofo y analista en 'The Guardian': «Al encarcelar a los políticos, Madrid está criminalizando efectivamente la disidencia política».

Castillos de arena

Los autos del juez Llarena se parecen a los castillos que los niños hacen en la playa. Con la arena húmeda en las manos, va subiendo la torre con nuevas curvas, las sinuosidades que no hacen más sólido el castillo sino más estrambótico. La negativa a la libertad de Forn, una vez entendida su retorcida prosa, nos informa que está en la cárcel porque tiene una ideología que podría ser que no hubiera desaparecido como concepto político. Es decir, la podría tener siempre que no hubiera tanta gente que la compartiera con él. El juez no sabe a ciencia cierta si el independentismo ha desaparecido. Ya se lo digo yo: no, señor juez.