Los ciudadanos y sus representantes

La semiótica de la política

Muchos dirigentes estiran el uso del lenguaje como si fuera chicle, obligándole a una gimnasia circense

La semiótica de la política_MEDIA_2

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PERE VILANOVA

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Más de un telespectador se quedó de una pieza. La otra tarde, la diputada Reguant, de la CUP, subió al estrado del Parlament de Catalunya y dijo: «Hoy no se ha roto un acuerdo, hoy un acuerdo muta», tal cual. Mientras, el diputado Botran, de la CUP, o bien meditaba profundamente o bien dormía plácidamente, recostado en su escaño, pero por una vez una mayoría de señorías, en lugar de estar mirando sus teléfonos móviles, prestaron atención.

Y aquí se abre un debate sobre la naturaleza de una especialidad muy concreta: la semiótica de la política. Hay consenso en torno a la opinión según la cual en el debate político la relación entre lo que se dice, lo que se hace y lo que se piensa es tan dispar que algunos usan la metáfora del triángulo de las Bermudas. También sabemos que, además de totalmente previsibles (o casi), las campañas electorales que se suceden una tras otra producen entre los votantes una equilibrada muestra de aburrimiento y exasperación, pero luego resulta que solo el 5% de los encuestados declaran que cambiarán su voto.

Con lo que está pasando desde diciembre último, que un 95% de los votantes mantengan fidelidad a sus opciones políticas roza lo extravagante. Sin embargo, en realidad la clase política -con todos sus matices y excepciones- es un reflejo bastante fiel de la sociedad de la que surge, y por otro lado el malestar con la democracia representativa no es con esta fórmula política como tal, sino con su modo de funcionar aquí y ahora.

ACUERDOS QUE 'MUTAN'

En este contexto, la semiótica de la política se centra en estudiar una cosa muy específica: cómo muchos políticos se dedican a estirar el uso del lenguaje como si fuera chicle, obligándole a hacer una gimnasia de circo. Ejemplos sobran. La señora Aguirre dijo que ella destapó la trama Gürtel. Eso es crear tendencia. Pero la CUP ha entrado en un bucle distinto: el de los acuerdos que «mutan» como si unos extraterrestres se hubieran apoderado de ellos (de los acuerdos) para hacerlos reaparecer convertidos en otra cosa. Además, los portavoces de la CUP faltan a la verdad; es decir, mienten.

Siguiendo el consejo de una periodista muy seria, he vuelto a mirar lo que dicen los medios sobre los acuerdos del 9 de noviembre pasado, y dos datos vienen muy al caso. Se dijo que la CUP nunca votaría en el mismo sentido que los enemigos del 'procés', y que dos de los diez diputados de la CUP pasaban a integrarse en la disciplina parlamentaria del grupo de Junts pel Sí. El acuerdo ha 'mutado', y tanto… De entrada el diputado Baños, uno de los firmantes, se bajó del carro de tan claro que lo veía, y era el líder del grupo parlamentario. La declaración parlamentaria del 9-N decía que a partir de tal fecha Catalunya se desvinculaba del Tribunal Constitucional y no le reconocía ninguna autoridad ni legitimidad. Pero desde la fecha el Tribunal Constitucional ha admitido a trámite unas 30 actuaciones del Gobierno central contra la Generalitat (aquí nos lo han explicado reiteradamente) y de la Generalitat… ¡un número superior de actuaciones contra el Estado, en el mismo periodo! (y aquí nadie nos lo ha explicado). ¿Pero no se habían «desvinculado»?

UN COMPLICADO ORGANIGRAMA DE FUNCIONAMIENTO

Para justificar un comportamiento tan errático, la CUP usa sistemáticamente un lenguaje tan desesperadamente legitimador que da la impresión de que sus portavoces no están muy seguros ni de lo que hacen ni de por qué lo hacen. Para justificar sus contorsiones aluden casi siempre como fuente de legitimación al «mandato» de sus bases, de su militancia, de la asamblea, según el caso. Su organigrama de funcionamiento es tan complicado que tuvo en vilo a Catalunya entera desde el 27-S hasta la víspera del día de los inocentes (recuerden, es el 28 de diciembre), a veces se votaba en Sabadell, a veces en Manresa (hasta aquí nada que objetar, es una forma de descentralizar la acción política), pero a veces votaban unos centenares, a veces 3.030, y a veces (el otro lunes) 58, después de una inquietante bajada de persiana de su local filmada por los medios de comunicación. Se han vuelto totalmente imprevisibles, y eso en política es muy malo para tener interlocutores, ya sea para acuerdos tácticos o, en su caso, estratégicos.

Con el 8,2% de los votos el 27-S y 10 escaños de un total de 135, la CUP fue la lista menos votada de todas, menos tanto en votos como en escaños que el PP. En términos de legitimidad pueden columpiarse en la asamblea, la militancia, las bases o lo que quieran, pero ya está bien de retorcer el cuello al lenguaje para hacerle decir lo que la realidad no dice. Algunos expertos ven en los resultados de las votaciones internas de la CUP una inquietante lógica cabalística: 3.030 votantes, resultado final 1.515 a 1.515… Votación del otro lunes: 29 en contra, 26 a favor + 3 abstenciones= 29. Siempre se dividen en dos bloques, el 2 es el único número primo par y el 29 es número primo. Da que pensar.