Al contrataque

El segundo de silencio

La realidad grita y se agita, y mientras grita y se agita es imposible leerla

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MILENA BUSQUETS

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El silencio se ha convertido en un lujo, más o menos como los tomates. Creo que mi generación fue la última en probar tomates de verdad, con sabor a tomate, hoy en día ya no existen; mis amigos más campestres se empeñan en que sí y vienen a menudo a casa cargados de tomates (y de buenas intenciones) que siembran ellos mismos, tomates de formas y colores improbables, cultivados de manera superecológica, pero que saben más o menos igual que los que compro yo en el súper: a nada. La diferencia es que, como soy una maniática y vienen directos del campo, ese lugar inhóspito e inquietante, me paso una hora enjabonándolos.

Tal vez mi generación también fue la última en disfrutar del silencio, y como ocurre con algunas cosas importantes (el aire puro, por ejemplo, en cuanto llego a Cadaqués recuerdo lo que es respirar; en Barcelona soy igual de feliz, pero ni lo pienso), no nos dimos cuenta de lo que teníamos hasta que ya no estaba ahí.

Yo creo que la gente lee poco, primero, porque es perezosa (tiene todo el tiempo del mundo para plantar tomates ecológicos pero es incapaz de leerse Guerra y paz, yo también), y segundo porque no hay suficiente silencio. La realidad grita y se agita, y mientras grita y se agita es imposible leerla.

Es imposible también convertirla en literatura. Hace falta cierta distancia para escribir sobre las cosas, y hace falta también que se haya hecho el silencio a nuestro alrededor. El ruido impide oírse a sí mismo, nos ensordece. El problema es que también nos divierte y nos da ideas, pero solo se puede escribir desde una burbuja, desde un hoyo, desde un pozo. Para un escritor, el día que decide volver a esa trinchera helada, acallar todas las voces para durante unos meses solo escuchar la suya, es un momento clave (y más o menos aterrador).

La palabra y la acción

También en la televisión actual falta silencio. Las llaman tertulias, pero en las conversaciones entre amigos nunca se habla tanto, nadie discursea y lo mejor (incluso con los amigos más brillantes) son los momentos de silencio en los que uno se queda pensativo o en los que se dice algo que hace que todo se detenga y vacile durante unos instantes.

Mis silencios favoritos son los eléctricos, los que duran segundos y son atronadores. El segundo de silencio que precede a todas las cosas importantes. El segundo de silencio antes de inclinarte sobre alguien para hacerle cerrar los ojos o de tirarle el contenido de tu copa a la cara para que los abra. Sin ese segundo de silencio, ninguna de las cosas que valen la pena en esta vida ocurrirían. Pero, claro, es un segundo de silencio que no precede a la palabra (esa pesada), precede a la acción.