TESTIGO DIRECTO

«Schettino, torni subito a bordo»

El 'Costa Concordia', en la isla de Giglio , hace dos semanas. Abajo, EL PERIÓDICO del pasado  15 de enero.

El 'Costa Concordia', en la isla de Giglio , hace dos semanas. Abajo, EL PERIÓDICO del pasado 15 de enero.

POR
MONTSE
MARTÍNEZ

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A toro pasado, cualquier detalle adquiere relevancia. Como el hecho de que la botella de champán estampada contra el casco del crucero Costa Concordia el día de su botadura, en el 2005, no se rompiera. Una cuestión nada menor para los más supersticiosos, teniendo en cuenta que hoy el mastodóntico crucero yace todavía de costado frente a la isla italiana de Giglio, una de las decenas que se reparten por el rico archipiélago Toscano, tras naufragar la noche del 13 de enero.

Si no fuera porque 30 personas murieron, mejor dicho 32 -dos permanecen todavía desaparecidas-, podría tratarse como una comedia. Pero fue un drama, al más puro estilo italiano. El capitán, Francesco Schettino, no solo cometió la locura imprudente de acercar un crucero a la costa para saludar a la familia de su maître, Antonello Tievoli, agujereando el cascote en el intento, sino que, una vez a la deriva y con nada más y nada menos que 4.198 pasajeros a bordo, abandonó la nave antes de supervisar las labores de rescate. Poco antes de embarrancar había sido visto acompañado por una mujer, divirtiéndose tan ricamente.

En Italia, le hicieron hasta camisetas. Con la descomunal bronca que le pegó desde la comandancia de Livorno la persona que se percató de que había abandonado el barco. El archifamoso «Schettino, torni subito a bordo» («Schettino, vuelva inmediatamente a bordo») quedó estampado para la posteridad después de que la conversación grabada se filtrarse y diera la vuelta al mundo.

Recuerdo el día en el que un grupo de submarinistas del Ejército entró, aterido de frío, en un pequeño bar de Giglio -en la isla todo es coqueto y diminuto, a excepción de la mole amorfa que sale del mar y rompe todo el equilibrio-. Era enero y salían del agua, de buscar supervivientes. Tenían frío y miedo porque el mar estaba enfurecido y las tripas del Costa Concordia, agitadas, se habían convertido en una trampa mortal de objetos flotanto entre pasillos laberínticos. Intentaban entrar en calor a base de café cuando el camarero subió el volumen del televisor y se reproducía la bronca al capitán. Sus caras, entre asombro, bochorno y enfado, no tenían desperdicio. Fueron varios periódicos italianos los que contrapusieron su valentía a la cobardía del capitán. Para facilitar los titulares, el Concordia tuvo a bien hundirse 100 años justos después del Titanic

Inofensivo -ya está vacío de fuel-, el crucero, como los bañistas, pasa el verano tumbado en la costa toscana, a la espera de ser reflotado.