El epílogo

Sarkozy y compañía

ENRIC HERNÀNDEZ

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L as situaciones de adversidad hacen aflorar lo mejor y lo peor del ser humano. Pero si el ser humano en cuestión tiene por oficio la política, y en especial si ejerce el poder, cuando está en apuros solo la mezquindad hace acto de presencia. Tal es el caso de Nicolas Sarkozy.

La alargada sombra de Jacques Chirac persigue a su sucesor, que ha tratado de fabricarse una talla política pareja a golpe de gestos efectistas y de glamur conyugal. Todo en vano. Sus constantes excesos -baste recordar el frustrado rescate de un ciudadano francés, luego ejecutado por Al Qaeda-, affaires de corrupción como los casos Clearstream o Bettencourt y los recortes económicos impuestos por la crisis han dejado a ras de suelo su índice de popularidad. De ahí a recurrir a la demagogia y al populismo solo mediaba un paso: el que ha dado el presidente francés con la expulsión masiva de inmigrantes de etnia gitana, sin que su condición de ciudadanos europeos fuera para ello un obstáculo.

Los problemas complejos jamás tienen soluciones simples; los políticos simples jamás idean soluciones complejas. Al margen de traicionar los valores de la República y las leyes y principios fundacionales de la Unión Europa, con estas deportaciónes masivas Sarkozy no solo resucita la etapa más negra de la historia de Francia; también excita y legitima el poso xenófobo latente en todas las sociedades -sí, también en la nuestra- con el único fin de pescar en el caladero electoral del felizmente jubilado Jean-Marie Le Pen.

Más allá del cálculo electoralista, conviene no olvidar la ascendencia húngara del mandatario francés. Para explicar su empecinamiento en vincular la inmigración a la inseguridad, pues, habrá que consultar los manuales de psicología antes que acudir a los de política.

Pusilánimes y émulos

A la tardía reprimenda de Bruselas le siguió, ayer, el cómplice silencio de los líderes europeos, tan pusilánimes como lo fueron sus antecesores en vísperas de la segunda guerra mundial. Y aquí, cómo no, el PP se apresta a seguir la estela etnicista de Sarkozy. Si hay votos a cosechar, ¿a quién le importa la convivencia?